Cuentos de verano - El hilo rojo.

Pedí disculpas sonriendo mientras le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita que llevaba atormentándome un rato.

Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de senderos lejanos y anécdotas exóticas, porque él había viajado mucho y sufrido todavía más.

Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.

No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.