¿Sueñan los Renanos con compromisarios eléctricos?

Piston Deckard observaba con detenimiento a la clientela del tugurio. Esa noche se celebraba la final interplanetaria de futbol, entre los territorios de Holanda y España, razón por la cual el local que regentaba en sus ratos libres estaba totalmente lleno. Le hubiera gustado disfrutar de la pantalla gigante que habían puesto en su pueblo, a cuya instalación había contribuído generósamente, pero sabía que en el mugriento ambigú tendría más posibilidades de cazar a uno de esos malditos androides. Su sueño de sustituir los delfines eléctricos del estanque de su villa de Guriezo por auténticos ejemplares de carne y cartílago pasaba por la bonificación que obtendría si capturaba a aquellos replicantes de última generación infiltrados entre la población normalizada. Apenas se fijaba en la pantalla, en las oportunidades de Villa o de Ramos, su idolatrado defensa lateral, ya que permanecía muy atento a dos o tres individuos sospechosos que estaban sentados cerca de la puerta. Su actitud pasiva, sin demostrar ninguna emoción, cuando Puyol a punto estuvo de peinar un balón en el area le hizo ponerse alerta, aunque menos que en el momento en que entre ellos murmuraron que la patada de Van Bommel por detrás a Iniesta no era tarjeta.

La EAJ Corporation había lanzado una nueva unidad de replicantes, imposible de diferenciar a simple vista de un humano español normalizado. Este prototipo había solventado importantes fallos de construcción que unidades anteriores habían desarrollado, como el llamado síndrome EA, que producía un extraño comportamiento en estos androides que les llevaba inexorablemente a su propia desaparición. Esta nueva unidad, la Ibarretxe 2000, disponía de grandes habilidades motoras, gran afición a los deportes como el ciclismo o una habilidad especial para subir a los montes, pero si destacaba por algo era por su indiferencia absoluta, cuando no auténtica tirria, a lo que en toda la galaxia se conocía como “España”. Un Ibarretxe 2000 era incapaz de combinar el color rojo y el amarillo en su vestimenta o celebrar una parada de Iker Casillas (portero, por cierto, del que alguna vez, dada su extraña denominación se sospechó que podría ser un replicante encubierto).

Así las cosas, Piston Deckard clavó su mirada en el cada vez más sospechoso individuo que aplaudía una patada de De Jongh en todo el esternón a Xabi Alonso o que lamentaba entre sollozos la ocasión perdida por Robben ante el citado Casillas. Su oportunidad, largamente esperada, había llegado, era uno de los fugitivos que andaba buscando. Sin duda era el famoso Renano Batty que todos los blade-runners locales se afanaban en capturar.

El partido estaba a punto de terminar, faltaban pocos minutos cuando un especímen blancuzco del equipo español disparó el balón al fondo de la portería holandesa. Renano Batty no pudo aguantar más. Siendo como era, una maquinaria de un acabado casi perfecto, sufría, no obstante, un pequeño defecto de fabriacación: su circuitería escrotal se calentaba en exceso cuando La Roja ganaba, así que se levantó de la mesa haciendo un leve gesto de despedida a sus compinches, y subió las escaleras hasta la azotea en busca de su automóvil aereo. Si se daba prisa, la fogosa androide Deborah Me600, un prototipo diseñado para proporcionar placer en las peores circunstancias, aún no se habría desconectado.

Piston Deckard salió corriendo de detrás de la barra y, casi llegando arriba, le gritó: “Eh, tú… el del escroto inflamado… ¿te molesta que gane España o es que te alegras de verme?”

Batty comprendió que había sido descubierto e hizo frente al blade-runner. Antes muerto que celebrar un campeonato interplanetario de España. La lucha fue encarnizada, los golpes se sucedían, pero era el replicante quien llevaba las de ganar, la fuerza que le proporcionaban las alubiadas que le suministraba su amatxu replicante se dejaba notar en momentos como este. Fue en uno de esos golpes cuando Deckard perdió el equilibrio y quedó suspendido del vacío, agarrado al extremo de una viga que sobresalía de la cornisa del edificio. En ese momento, Renano Batty dijo:

“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”

Deckard, quien apenas podía aguantar más, respondió desesperado: “No te entiendo. ¿Quereis ser libres? ¿Independientes?”

Batty sonrió y negó con la cabeza: “Me ha gustado ver sufrir durante muchos minutos a La Roja, pero no tengo nada contra Pedrito o Iniesta. Sólo quiero que nos permitan a los replicantes acudir a los mundiales con nuestro propio equipo”.

En ese momento, Deckard resbala y cuando parece que caerá irremediablemente al vacío el brazo de Batty lo sujeta y lo eleva hasta la azotea. Sus palabras en ese momento destilaron poesía:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar a Yeste y a Susaeta más allá de la linea de medios. He visto a Sarriegi y a Luis Prieto brillar en el corte más allá de la puerta de Aranzubia. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lagrimas es la lluvia porque los normalizadores no nos dejais participar en los mundiales. Es hora de mor… bueno, de dormir… que mañana madrugo”.

Piston Deckard no fue capaz de articular palabra. Sabía que España, aunque le había costado, ganó finalmente el torneo interplanetario y estaba vivo ante aquel androide que había evitado que cayera al vacío. Su cabeza era un hervidero de pensamientos:

“No sé por qué me salvó la vida. Quizás en esos últimos momentos Renano Batty amaba La Roja más de lo que la había amado nunca. Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que todos buscamos: ¿Cuándo juega el Athletic? ¿Contra quién? ¿Cuánto tiempo le queda a Caparrós? Todo lo que yo podía hacer era sentarme allí y verle mo… bueno, dormir.”