El penalty más largo del mundo

Cantaba Joaquín Sabina eso de “destino chungo, cruel, canalla...te da champán y después cazalla” y algo así debieron pensar Asamoah Gyan, sus compañeros y, en general, la afición ghanesa cuando acabó la tanda de penalties que los dejó anoche fuera de las semifinales del mundial. No puede decirse que este tipo de paradojas sea extraña en el mundo del futbol. No en vano, tópicos como el socorrido “el futbol es así” se alimentan de situaciones como esta. Lo cierto es que anoche, tras ciento veinte minutos de partido y una ronda de lanzamientos desde los once metros, Uruguay se aseguró una clasificación entre los cuatro mejores del campeonato, algo que no conocía desde hace cuatro décadas.

La prórroga ya había consumido su último minuto. Luis Suárez, el delantero uruguayo que junto a sus diez compañeros trataba de defender un barullo dentro de su area, salía del campo llorando, tras ser expulsado por haber parado con las manos en la misma linea de gol un remate de un jugador ghanés. Su desconsuelo era mayúsculo, a la vez que los jugadores de Ghana se abrazaban y festejaban la inmejorable oportunidad que tenían para pasar por primera vez en la historia de los mundiales a unas semifinales. El jolgorio entre los aficionados africanos que habían adoptado a Ghana como su representante supranacional hacía que las vuvuzelas sonaran en el Soccer City Stadium de Johannesburgo como nunca antes lo habían hecho. Excepto unos milímetros de su talón, Ghana tenía los dos pies en la siguiente ronda, el trámite que faltaba era cosa de un espigado delantero, Asamoah Gyan, uno de los jugadores más destacados de la selección de las estrellas negras durante toda la noche.

Debajo del larguero de la portería, se situaba Fernando Muslera, portero del Lazio italiano, a la espera de que el colegiado portugués Benquerença diera la orden del lanzamiento del penalty. A once metros, Gyan colocaba el balón sobre el punto de cal y retrocedía varios metros para tomar impulso. Muslera no podía oir nada porque el estruendo en el estadio era atronador, tampoco quería ver a nadie más que no fuera su rival, el delantero ghanés, y el balón. Le pareció intuir el sonido de un silbato e, instantaneamente, vió como la figura de Gyan se lanzaba a correr hacia el balón, dos, tres, cuatro portentes zancadas y cómo armaba su pierna derecha para chutar. El arquero uruguayo debía tomar una decisión rápida, no podía dudar: tirarse hacia su derecha le pareció la mejor opción, pero mientras volaba, estirandose tanto como sus músculos lo permitían, pudo apreciar con el rabillo del ojo que el balón tomaba una trayectoria distinta, hacia el centro de la portería, allá donde él no podría llegar ahora que estaba lanzandose hacia el palo diestro.

Asamoah Gyan, delantero ghanés del Rennes, estaba mirando fijamente al balón desde la linea frontal del area grande cuando el árbitro hizo sonar su silbato. Estaba ante la oportunidad de su vida y no iba a dudar, así que hizo acopio de todas las fuerzas que le quedaban tras los ciento veinte minutos de un disputado partido y puso en funcionamiento hasta el más recóndito de sus músculos para abalanzarse, tras una potente carrera, sobre el balón. En el momento en que su pie derecho golpeaba el balón, con fuerza, con mucha fuerza, pudo observar que el portero uruguayo se estiraba como un felino hacia el palo derecho, mientras que los primeros centímetros de la trayectoria del balón indicaban que esta seguiría una linea hacia el mismo centro de la portería. Por unas centésimas de segundo el delantero africano no tuvo duda alguna de que el balón acabaría en el fondo de la portería, pero algo comenzaba a torcerse. El jabulani, por cada centímetro que se acercaba al portal del batido Muslera, iba aumentando su trayectoria ascendente hasta que… chocó de forma violenta contra el travesaño de la portería.

Muslera, desde el suelo, a merced de lo que el azar hubiera determinado, percibió de reojo cómo el balón se estrellaba en el palo y salía despedido hacia la grada de detrás de la portería. Se levantó, suspiró aliviado y estiró sus larguísimos brazos para tocar el objeto salvador y dar gracias al Cielo por la existencia de las maderas. Gyan, mientras tanto, se lamentaba abatido, desconsolado y un tanto incrédulo, al tiempo que el expulsado Luis Suárez tornaba su llanto en saltos de alegría: su infracción, lejos de dar el triunfo a Ghana, lo había impedido. Ahora quedaba el segundo acto de esta tragicomedia: la tanda de penalties.

Atrás quedaban unos primeros treinta minutos de partido en los que Uruguay mandó en el juego y en los que dispuso de oportunidades como para haberse adelantado. También resultaban ya lejanos esos últimos quince minutos de la primera mitad en los que Ghana se sacudió el dominio uruguayo y en los que dispuso de varias ocasiones de gol, materializando Muntari una de ellas para poner a su equipo en franquía al filo del descanso. Ni una segunda parte con sucesisvas alternativas, con no demasiado juego pero sí mucha intensidad y mucha emoción tras el empate del Forlán. Por no hablar de la inutilidad de una prórroga en la que durante 29 minutos se vió que los dos equipos querían pero no podían y sólo en el último momento hubo una ocasión clara de desequilibrar un choque tan equilibrado. Al final, todo eso ya no servía para nada y serían otras circunstancias las que entraran en juego: desde la técnica individual hasta la determinación a la hora de lanzar un penalty, pasando por la tranquilidad, la autoconfianza, etc.

Uruguay disputará frente a Holanda una semifinal bastante sorprendente. Su juego no es muy atractivo para el espectador que busca algo de espectáculo, pero no se puede obviar que se trata de un equipo con algunas virtudes muy estimables. Por ejemplo, dispone de dos delanteros de mucha categoría, si bien posiblemente Suárez se pierda el choque frente a los oranje. Aunque, sin duda, su mejor cualidad es que ha conformado un bloque defensivo muy sólido. A estas alturas de campeonato, Uruguay se ha convertido en un rival muy complicado para cualquiera.


Post-scriptum: No se ha hecho referencia al último penalty, al que dió la clasificación de Uruguay. Perfectamente podría haber sido el objeto directo de esta crónica, con un título algo así como "El gol de Abreu, el gol de Abreu, el gol de Abreu...". Pero, a pesar de que el Loco Abreu remató brillantemente la clasificación de su equipo lanzando "a lo Panenka", este enviado especial opina que la épica del futbol siempre está más con los perdedores que con los ganadores, siempre se refleja más en las situaciones dramáticas que en los sucesos alegres. Anoche Abreu nunca podía competir con Gyan.