Cuentos de verano - Cristina, leve semblanza.

Cuenta la leyenda que en 1978 un ángel, una ninfa, una diosa, puso su delicado pie en nuestra ciudad y desde entonces se pasea evanescente entre nuestras calles.

Yo tuve ocasión de conocerla, por vez primera, aquella primavera, en un Iturribide atestado de estudiantes con las hormonas revueltas. Allí estaba ella, en la esquina con Fica, como si fuera sacerdotisa del culto más excitante. Rodeada de una cohorte de tíos que me sacaban , eso sí, tres años y un palmo, incluso había algunos con moto y cuerpo de gimnasio.

Al verla, mis pies, sin siquiera obedecer órdenes conscientes, se pararon en seco. La busqué con la mirada y al encontrar la sonrisa de sus ojos de cielo mirándome, caí fulminado. Era evidente que ella también se había fijado, que sostuvo mi mirada sin siquiera parpadear y que el truco de llamar a una amiga, que estaba justo detrás de mí, era solo eso, un truco necesario, obligado por su natural timidez que adiviné de inmediato. Sí , aquella diosa, además de sumamente bella era todo recato y pudor. Pero, sí, sin duda, ella también acusó el golpe, era evidente, Cupido había lanzado su flecha y había acertado.

Solo así se explica que, a partir de ese día, nuestros encuentros fueran cotidianos. Cada tarde, al salir de clase, la encontraba en el mismo lugar, junto al mismo bar. El que aquel local fuera de su familia y ella trabajara allí, a ratos, no me confundió ni por un instante. Aquella diosa vivía, respiraba cada minuto deseando verme aparecer. Luego, cuando el acontecimiento se producía, su corazón tierno y acelerado le obligaba a tirar el cigarro, entrar en el bar y esconderse tras la barra. "No te preocupes, mi amor, un día me armaré de valor y entraré en tu templo", la decía, sin palabras, cada día.

Durante largas jornadas me esforcé, supongo que con éxito, por dominar mi pasión que iba creciendo. En la primera semana, después de conocerla, pasé a su lado, a diario, orgulloso, con voluntad de hierro, casi sin mirarla, orillando mi deseo. Solo recuerdo, en esos primeros días, haber dejado caer los libros, tres o cuatro veces, justo al pasar delante de ella, en dos ocasiones más me detuve a atarme los imposibles cordones de mis mocasines junto a sus interminables piernas, y una vez más me atreví, con voz trémula y los ojos casi cerrados, a balbucear.... "¿ti-eeee-nes fu-eee-go?"..... justo cuando ella ya se había dado la vuelta y se deslizaba dentro del bar. Sí, porque ella, amigos, no andaba, se deslizaba....... "¿tienes fuego?"...qué pregunta...cuando solo un roce de sus manos hubiera incendiado el Amazonas.

Así que no entendí la razón que motivó que aquella tarde, Edu, el compañero de clase con el que, casualmente, bajaba la calle aquel día (un chico anodino, irrelevante, con el que no había cruzado más allá de cuatro palabras en todo el año) me dijera, con cierta sonrisa burlona..." pues ella se llama Cristina y es mi hermana". ¿Su hermana?. Inmediatamente comprendí los valores ocultos de aquel muchacho al que incomprensiblemente toda la clase le había ninguneado un año entero. Era simpático, me pareció jovial y ocurrente. Su manera de encajar los suspensos, siempre con una sonrisa, hablaba de su humildad. Su torpeza en la clase de gimnasia no era más que su esfuerzo por pasar desapercibido. Que no supiera darle ni a un balón de Nivea hablaba de su espíritu sensible. Timidez y sensibilidad eran sin duda, los genes dominantes en aquella familia. Forjamos en dos días una amistad sólida y duradera.

Que aquello me permitiera empezar a coincidir, con frecuencia, con mi amada Cris no pasaba de ser una mera coincidencia. Los fines de semana los pasábamos metidos en aquel bar, donde mi Cristina se movía como una reina. Su pelo, largo y sedoso, ardía en deseos de agitarse en mi presencia, pero su natural recato la obligaba a contenerse y moverlo, de lado a lado, sólo cuando aparecía el chico de la moto. Sé que sus ojos de cielo solo querían mirarme y posarse largas horas en cada rasgo de mi cuerpo y era su inocencia pura la que hacía que me ignorase, obligándolos a taladrar con frecuencia los músculos del tipo del gimnasio. Su boca....ay!...su boca y sus labios hubieran dado la vida por besarme, lo sé, pero para mantenerse pura y dominarse estaban continuamente soldados a su vaso de kalimotxo. Sus pechos....bufffff....sus pechos explotaban de deseo por mí, eso era evidente, mas su enorme pudor la obligaba a bailar apretada contra Raúl, el capitán del equipo de basket, en un esfuerzo sobrehumano por mantenerme oculta su pasión.

Poco a poco comencé a acercarme a ella y a cruzar algunas palabras. Era una maravillosa suma de amor y vergüenza lo que, cuando estaba junto a ella, le incitaba a decir a su hermano ..."Edu....dile a tu amigo que me deje espacio...que me va a terminar ahogando"....sí, así estaba....asfixiada de amor por mí....luego comencé a recitarle mis versos..."Cristina eres frágil como llovizna de Septiembre, Cristina, eres dulce como un beso en la frente"...a ella , emocionada, le temblaban los labios , tras su quinto katxi, cuando me decía, dulcemente..."tío......joderrrrr.....déjame en paz"... joderrrrr...¿y cómo pude contenerme ante esa invitación?...todavía hoy no me lo explico. Pero me alegro. Me alegro de haber mantenido aquel amor en la esfera de lo platónico, a pesar del sufrimiento que sin duda, a ella y a mí, nos causó mi decisión.

Pasaron los años, y no hace tanto volví a encontrarme en la calle, de frente, con aquella diosa. Seguía tan preciosa como siempre, solo un pantalón vaquero y una camiseta blanca eran suficiente para resaltar toda su belleza. Nos íbamos acercando poco a poco, nos miramos y sé que me reconoció, porque al llegar a mi altura y antes de que yo pudiera siquiera despegar los labios, ella musitó, como si fuera una súplica....."por favor....joderrrrrrr.......déjame en paz"........joderrrrrrr......de nuevo, no supe aprovechar la invitación y dejé pasar mi última oportunidad.



PS: Brindemos, pues, por el amor y sus fracasos....