Fuego de campamento

Cae la noche en Gardata y los resistentes se preparan para afrontar otra tensa guardia nocturna. En torno a un gran fuego todos escuchan atentamente al recluta Jaburu, que lee un libro en voz alta:

Los amotinamientos en el ejército comenzaron en serio tras el fracaso de la ofensiva del general Robert Georges Nivelle a fines de abril de 1917. Esta ofensiva se basaba en una especie de ‘blitzkrieg’ espectacular y violento contra un frente de unos cien kilómetros de largo entre los ríos Somme y Oise. El general Nivelle, prodigio de los ejércitos aliados, insistía en que la ofensiva se realizara con el máximo de violencia, de brutalidad y de rapidez a fin de terminar con el desesperante punto muerto al que se había llegado en el frente occidental hacía ya casi tres años. Nada de mordisquear en el territorio enemigo, nada de ‘victorias’ con las que únicamente se ganaban cien o doscientos metros de escombros incendiados. Una embestida arrolladora pondría en fuga a los ejércitos alemanes en menos de cuarenta y ocho horas [...]

Los aguerridos tikitakistas paladeaban con indisimulado deleite aquellas palabras, hasta que, unos párrafos más adelante, Jaburu leyó lo siguiente:

Durante los tres años anteriores al nombramiento de Nivelle, los soldados franceses estuvieron pagando el precio de los falsos conceptos que traían los oficiales procedentes de St. Cyr, la famosa academia militar francesa. El ejército francés entró en la guerra como mísero prisionero de sus teóricos militares. En los veinte años anteriores al estallido de la primera guerra mundial, estos señores desarrollaron unas ideas sobre el arte militar que condensaba la instrucción bélica en una palabra: ‘atacar’. Atacar siempre. Atacar cuando el enemigo estaba desprevenido, atacar cuando se está acorralado, atacar cuando se está desbordado, atacar con inferioridad numérica. Atacar siempre y sin cesar.

¿Falsos conceptos? ¿Quién diablos había escrito semejante crítica a tan maravillosa teoría militar? ¿Qué panfleto era ese? ¿Qué había de malo en atacar, atacar y seguir atacando, una y mil veces?

Jaburu, al fín y al cabo un novato entre aquella tropa, observó la mirada inquisitorial de su primo Kroma, cerró el libro y lo arrojó a la hoguera. Después, buscó algo en el interior de su mochila y extrajo un voluminoso libro encuadernado en rústica titulado Reforma estatutaria. Consideraciones previas a la exposición de motivos. Tomo XXVII. Comenzó a leerlo, de nuevo en voz alta, y las caras de los resistentes volvieron a relajarse. Algunos, incluso, entornaron los ojos hasta caer dormidos.

[Párrafos citados extraídos de La era de la protesta, de Norman F. Cantor. Capítulo 3: Los amotinamientos en el ejército francés]