
En honor de todos los Potitos, VK, Taekut, Panderetas y una larga lista más....que en el mundo han sido....aquellos que pese a la distancia, la ausencia de triunfos y, a veces, el abandono institucional, han sabido hacer crecer pequeños corazones zurigorris....con toda mi admiración.
El decidió, de entrada, dejarlo en libertad. Tenía la idea de que los amores no se imponen, ni siquiera se eligen. Pensaba que en todo caso eran los amores los que optan, los que se "reimponen" a uno. Por eso, con cierta presciencia fatalista pensó que si tenia que ser, sería, y que si no, era inútil agobiarle con demasiados discursos y exigencias.
No le fue fácil, sin embargo. Sobre todo cuando en sus narices otros rivales se lanzaron a tratar de convencerlo. Le costo sobreponerse, y aceptar sonriendo a sus tíos y primos y cuñados tentando al niño, ofreciéndole camisetas y balones y gorritas, a cambio de promesas de fidelidad a sus equipos. Tampoco dijo nada cuando sorprendió a más de uno de esos buitres futboleros enseñándole al chico, instruyéndolo subrepticiamente en las rivalidades históricas, ensalzando las hipotéticas virtudes de los unos y vilipendiando las supuestas taras infames de los otros.
El los dejó. Un poco por esa resignación que era tan suya. Difícil educarlo en su sentimiento en tierra tan lejana. Que fácil hubiera sido de haber tenido cerca aquel templo donde jugaba su equipo, qué distinto de haberlo podido llevar al campo cada Domingo. Y otro poco, porque a veces, en sus días tristes, sospechaba que tal vez fuese mejor así, que la cadena de afectos inexplicables se cortase con él, sin involucrar a su hijo. Que, tal vez, el chico terminase siendo más feliz como hincha de ese grande que resulta campeón año si, año no, y que juega todos los Miércoles del año. Sería más feliz comprando "Marca" con su ídolo en la portada. Si al fin y al cabo él venia sufriendo hacía.....¿cuánto ya?....más de veinte años desde aquel último título. Y después la desilusión, la más absoluta desilusión.

Por eso, seguramente, aceptó con entereza que Jon, desde los nueve, mas o menos, y a la vuelta de aquellas vacaciones con la familia de su mujer empezase a decir que era del Madrid, como el tío Gonzalo. Aunque en el fondo más recóndito de su ser, él sintiese sinceros deseos de pasar al tío Gonzalo, lenta y dulcemente, por la picadora de carne y la maquina de hacer chorizos de su carnicería.Y es que, a solas consigo mismo, sabia que le hubiese encantado que Jon saliese uno de los suyos. Que ahora que ya tenía doce, ahora que era todo un hombrecito, habría sido bonito subir un fin de semana juntos a ver un partido en San Mamés. Kilómetros de carretera, hablando de aquel gol de Uriarte, dejando juntos pasar la vida.
Pero no iba a cambiar de idea. No señor. Que si tenia que ser que fuese, y si no, no. De todas formas, y por si acaso, cultivó su propia planta de leyendas, para mantener viva su persistente esperanza. Y aunque le daba un poco de vergüenza comparar al equipo del 77 con el Madrid de Zidane o al de Clemente con el Barca de Ronaldinho, seguía adelante, pasando cientos de veces aquel vídeo del último título que conservaba como un tesoro, envalentonado con su propia pirotecnia, enternecido con la admiración dibujada, a veces, en los ojos de Jon.
Esa noche de Domingo, la inolvidable, la definitiva, empezó como todas, con la cena y la tele puesta a las nueve. El padre decidió prevenirlo de entrada:
-"Mira, hijo, que hoy jugais en La Catedral". Jon lo miro con curiosidad.
-"¿Y que problema hay?...es el mejor campo del mundo ¿no?"
El padre, feliz en la sencillez del chico, terminó sonriendo:
-"Tienes razón, Jon, ¿Qué problema hay?...y por supuesto que es el mejor campo del mundo"

A los veinte minutos penalty claramente injusto a favor del Madrid. El chico miró al padre, como dudando. El lo tranquilizo a pesar de si mismo:
- "Grítalo tranquilo, Jon. Eso sí: si después hay un gol nuestro, no te mosquees si lo grito yo".
- "No, papá, si no me mosqueo"....le aclaro, muy serio. Después grito "gol".....pero no mucho. Fue un grito breve, un poco tímido.
-"No seas tonto, Jon, grítalo todo lo que quieras".
-"Así esta bien, papá...."....fue toda su respuesta.
Al rato vino el dos a cero. Ahí el chico lo miró primero, y después dio un par de aplausos, y eso fue todo.
-"Pero hombre..... ¿qué clase de hincha eres tú? ¿así te ha enseñado tu tío Gonzalo a celebrar los goles?..."
-"No, él los grita mucho...pero no tanto como tú!".
-"Pues entonces grita tranquilo, hijo". Y después añadió, con un guiño, "ojo que en el segundo tiempo me va a tocar gritar a mí ,eh!"
Se sentía en paz, dueño de una felicidad sencilla y robusta. Casi ni se acordaba de que iban perdiendo. Empezaba a pensar que tal vez no fuese tan terrible que su hijo fuera del Madrid. El segundo tiempo siguió por el trillado sendero de la tragedia. Un contraataque y cero a tres. El chico ni siquiera hizo un gesto cuando el comentarista vociferó la novedad a voz en cuello.
-"Jon, ¿estas dormido?....."
-"No, papá, no."....zarandeaba las piernas cruzadas en el regazo, como cuando pensaba en cosas complicadas. Luego aventuró:
-"No sé, es que me da un poco de pena." El padre se rió con ganas.
-"Anda, no fastidies, Jon, y disfrútalo. Total un partido más....además, cuidado, txato",bromeó, "mira que a lo mejor todavía os empatamos."...Para colmo, y como dándole la razón, al ratito vino el uno a tres. El padre lanzó un grito contenido, tenso, como el que habían dado los jugadores, saludándose apenas entre ellos, disputándole la pelota al portero, corriendo hacia el medio campo para ganar tiempo. El hijo lo miró sin tristeza. Cuando sus ojos se cruzaron, ambos sonrieron.
-"Te lo dije Jon, ojo con nosotros. Que la casta nos viene de antiguo."

Por lo que se veía en la tele, el partido se estaba poniendo intenso.
- "Bueno, Jon, ahora os tenemos encerrados eh!...."Pero el aviso era inútil. El chico seguía el partido concentrado, serio. Acompañaba las jugadas trascendentes con patadas al aire, como jugando el también su parte del asunto. El padre sonrió. Cómo son los niños. Se involucran de tal modo que se sienten ellos mismos protagonistas del partido. En realidad, no solo los chicos, un par de semanas atrás él mismo había hecho trizas la taza de café en un esfuerzo supremo por despejar a córner un disparo que iba pegado al poste.
Hacia el minuto treinta, más o menos, corner contra el Madrid. El chico seguía enchufadísimo. Hasta balanceaba ligeramente el cuerpo de un lado a otro, como todo buen cabeceador esperando el momento de correr un par de metros, superar al marcador, pegar el salto y conectar el cabezazo. Pero había algo que al padre no le cuadraba, algo en el modo en que estaba parado, algo en la expresión de sus ojos negros. El corazón le dio un vuelco cuando comprendió, el chaval se estaba perfilando como delantero , no de zaguero. El movimiento era para zafarse de un marcador pegajoso, los ojos tenían ese fuego que decía "ven baloncito, ven que te mando a la red". El brazo derecho se alzaba en ese gesto que se le hace al extremo de "ponla aquí, justo aquí por lo que más quieras".
La jugada se suspendió en una nota aguda, una de esas notas que se alargan, que perduran en el aire, mientras el comentarista decide si tiene que gritar o decir que pasó rozando. Pero no hizo falta, porque la afición, la de detrás de portería, lo gritó primero, y el comentarista en todo caso se encaramó después de ese alarido. El padre gritó, también, esta vez con ganas, entusiasmado. Uno a tres es una cosa, pero dos a tres, y quince minutos por delante, amigo, es otra bien distinta.
Tuvo que interrumpirse de golpe en su celebración. Porque a sus pies, al costado de la mesita, de rodillas, de cara al cielo, gritando como si lo estuvieran desollando, con los brazos extendidos y las palmas abiertas, mezclando los chillidos de su voz de niño y los ronquidos incipientes de su madurez futura, estaba el chico, ya sin vuelta, ya sin posibilidad alguna de retorno, ya inoculado para siempre con el veneno dulce del amor perpetuo, ya ajeno para siempre a cualquier otra camiseta, mas allá de cualquier dolor y de todas la glorias, dando al cielo el primer alarido franco de su vida.
El padre se lo quedó mirando, impávido, hasta que el chico se quedó sin voz y volvió a sentarse. Tuvo miedo de pronunciar palabra, como si cualquier cosa que dijese conllevara el riesgo de destruir ese hechizo de epopeya. El chico, igual, no lo miraba. Estaba ciego a cualquier cosa que no fuese ese campo, ese rugido de la afición, esos cánticos, ese reloj fugaz y traicionero, ese relato interminable de centros llovidos al área y despejes agónicos. Sobre todo eso el padre pensó después, porque en ese momento, agobiado por la constatación de su pequeño milagro íntimo, apenas le quedaba tiempo de mirarle, de comérselo con los ojos, de grabárselo para siempre en el recoveco más recóndito de su alma.
En eso estaba cuando, ya en el descuento, el Madrid tiró mal un fuera de juego y el nueve zurigorri que corre con la pelota dominada. El comentarista se subió de nuevo a uno de esos agudos imposibles. El chico se puso de pie, incapaz ya de tolerar la tensión de la jugada. Con el rugido de la hinchada de fondo, padre e hijo contuvieron el aliento, con el alma pendiendo de ese nueve que entraba al área dispuesto a matar, y el defensa que corre casi a su par.
El relato se cortó de pronto, y cuando continuó ya lo hizo en un tono menor, para explicar lo inexplicable, el empujón del defensa convertido en una carga legal que desequilibra y tumba al delantero, el balón que se va a morir fuera, ya inútil, ya sin sentido, ya con el árbitro culpable pitando el final. El padre se volvió a mirarlo. El chico con los ojos muy abiertos de tan incrédulos, con los puños apretados de impotencia. Pensó primero en decir algo, como para tratar de mitigar ese dolor en carne viva. Pero lo disuadió la certeza de que era mejor así, porque así eran siempre las cosas, y había que acostumbrarle a las cosas si así eran siempre. Los labios del chico se torcieron en una mueca, por fin se lanzó en un llanto desbocado. Ya era mayor. Lo suficiente como para querer llorar a solas. Por eso se levanto de pronto y corrió hasta su habitación. El padre escuchó el portazo, y no necesito verlo para saberlo derrumbado sobre su cama, confuso, dolido, ignorante de qué debe hacer uno con el dolor y con la rabia.
El padre lo supo llorando a mares, y se recogió en esas lágrimas. Porque uno puede decir que es de muchos equipos. Uno puede cambiar de idea varias veces. Sobre todo si abundan los tíos y los primos mayores, dispuestos a comprar con balones y camisetas la fidelidad de un corazón novato. Pero una vez que uno llora por su equipo, la cosa esta terminada. Ya no hay vuelta atrás. No hay caso. De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las lágrimas. Porque cuando uno sufre por su equipo, tiene un agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho, solo se le llena con una sola cosa, con ganar el domingo siguiente. De manera que asunto concluido. Alea iacta est. Nosotros aquí, el resto enfrente.
Cuando su mujer entró en la sala de estar, lo encontró llorando a él también, pero unas lagrimas gruesas, densas, de esas que abren surcos pegajosos en su camino, de esas que uno llora cuando esta demasiado feliz como para sencillamente reírse.
-"¿Se puede saber que pasa?", preguntó la mujer confundida. El la miró, sin preocuparse siquiera de ocultar sus lagrimas. "Hace rato que Jon entró en su habitación y dio un portazo, y me dice que no quiere que entre, y se le escucha llorar y llorar. Y ahora vengo y te veo a ti también moqueando ¿Me quieres explicar qué cuernos pasa?". Se conformo con mirarla, mientras seguía sintiendo el fluir del tiempo en ese momento indestructible.

-"Seguro que le ganasteis al Madrid y se lo has restregado por la cara ¿no?". Ella lo miraba con gesto severo...."¿No te da vergüenza?"....
-"No, cariño, no le he hecho nada. Si el Madrid ganó 2-3. Al chico no le he dicho nada, te lo juro...."...respondió con calma, desde la cima de su paz reconquistada.
-"Pero entonces no entiendo nada ¿Me dices que ganó el Madrid, y el nene está llorando como un loco encerrado en su habitación?"...
-"Si, cielo, ganó el Madrid. Pero es que el chico no es del Madrid". Y se sintió reconciliado con la vida, eufórico, agradecido, emocionado; dueño legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar. Después se incorporó, porque cosas así se tienen que decir de pie....."Lo que pasa es que Jon es del Athletic, cielo....!!!DEL ATHLETIC!!!".....