
Ya es Navidad. Y éste local, aunque sea a través de su más humilde colaborador, no puede ser ajeno a este acontecimiento que, como bien explica el cónsul, trajo un niño y la democracia a este mundo.
Quisiera, antes que nada, que disculparais a los dueños del local por no enviaros su mensaje navideño de su puño y letra y dejarlo en manos del cliente más harapiento, ése que soléis encontrar sentado en la esquina más oscura del local, solitario, sin afeitar, con el vaso de vino peleón, que nunca paga porque no puede, soldado a sus labios, acompañado tan solo de sus recuerdos.
Pero quizás es que esto mismo es metáfora de lo que significan estas fiestas, la unión de todos, herederos y desheredados, dueños y lacayos, favoritos de la Fortuna y golpeados por ella.....todos hermanados en un fuerte y genuino abrazo, en demostración de lo maravilloso, solidario, bondadoso, pacífico y tolerante que, a excepción de Macua, es este mundo y la especie que lo habita.
En todo caso, insisto, disculpad que el cónsul no escriba personalmente este mensaje debido a sus múltiples ocupaciones de estos días. El análisis asambleario, como evidencia la entrada anterior, y el cumplimiento de sus obligaciones cristianas, propias de estas fechas, le tienen demasiado atareado, y disculpad también al Zar Francisco que como cada año visita estos días sus posesiones para llevar un poco de felicidad a sus labriegos y empleados.
A nuestro pequeño Zar le imagino en esa escena tan bien plasmada en "Los Santos Inocentes"...¿recuerdas Aitor?....sentado en medio de su finca, escoltado por sus capataces y ama de llaves, frente a él una larga cola de hombres haciendo girar nerviosos la boina entre sus manos....las mujeres ataviadas con sus mejores trapos....los niños, asustados, pero con el brillo de la ilusión en los ojos a la espera de unos dulces......!ved como el Zar se preocupa por los suyos!...."¿qué tal Sebastián?¿cómo está tu mujer, ha parido también este año?"...."y tu Eufrasia...¿qué tal está tu Carmencita?¿tiene edad ya para servir en la casa?"....nadie se quedará, en estos días de amor, interés mutuo y solidaridad, sin su moneda.....
Por eso, en estas entrañables fechas en las que vamos a disfrutad de nuestras familias, en las que podremos abrazar emocionados a vuestros cuñados y suegra y como demostración palpable de lo bueno que es el fondo del corazón humano, de que un mundo mejor nos espera, de que el hombre, en imitación de su Creador, sabe trascenderse, abandonar los egoísmos y las miserias humanas y trabajar unido por una sociedad mejor, más justa y solidaria.....como evidencia de todo eso os dejo aquí unas reflexiones del buen Shalámov, que, como resultado de la natural bondad y comprensión humana, fue invitado a visitar durante veinte años el "Stalin World", un gran parque temático dedicado a los "deportes" de invierno, disfrutando así de muchas Navidades blancas en Kolimá. He aquí alguno de sus recuerdos....que los disfrutemos todos entre langostino y loncha de jamón, entre mordisquito de turrón y sorbito de champagne.
El poeta se moría. Aquel que había sido proclamado como el primer poeta ruso del siglo XX. Las grandes palmas de las manos hinchadas por el hambre, los dedos blancos, sin una gota de sangre, sin protegerse del frío. Hacía tiempo que le habían robado las manoplas. El poeta se moría tan lentamente que había dejado de comprender que se estaba muriendo. A veces le llegaba doloroso, casi imperceptible, abriéndose camino a través del cerebro, algún pensamiento sencillo y poderoso, "me han robado el trozo de pan guardado bajo la cabeza". Y ello le producía un pavor tan abrasador que se sentía dispuesto a discurrir, a jurar, a pelearse, a buscar, a demostrar. Pero no tenía fuerzas para ello y el pensamiento del pan se debilitaba.
El no estaba ni mucho menos cansado de vivir. Ni siquiera ahora en este barracón, en este "tránsito" como llamaban mordazmente al lugar los verdugos. Era la antesala del horror pero aún no era el horror mismo. Más allá les esperaba el campo. Hacía tiempo que lo dominaba la apatía. Qué nimio era todo, "carreras de ratón" lo llamaba, frente al peso maléfico de la vida. Y recordó qué malos, que inanes para un poeta eran los últimos versos de Blok, de Yesenin o de Mayakovski.
Se alegraba en silencio de su impotencia y confiaba en morir pronto. Se acordó de aquella vieja discusión en la cárcel..¿qué era peor el campo de trabajo o la cárcel?....nadie sabía nada a ciencia cierta....los argumentos eran especulativos....menos la desalmada expresión sonriente de aquel hombre traído allí de un campo. Aquella sonrisa se le grabó de tal modo que le daba miedo recordarla.
Por la simpleza de su alma el hombre cree que la prisión donde le han mutilado brutalmente su vida es la más cruel de las experiencias. No cree haber conmoción más fuerte que el arresto. Con la prisión a sus espaldas, a salvo de las malditas rejas, de los ofensivos y humillantes interrogatorios, de las palizas, piensa que en el trabajo de los campos, tras la vía del tren que le conduce al Norte, le espera una nueva vida. Luego comprueba como cada noche es más fría que la anterior...cómo el anémico sol no calienta....y que un poco más al Norte los vapores pantanosos de la taiga y la nieve eterna, junto a la mina, esperan......los sesenta grados bajo cero...la jornada de dieciséis horas...las palizas de los hampones convertidos en capataces...y el hambre...convertirán la vida en algo insoportable. La vuelta al barracón le permitirá leer cada anochecer la irónica inscripción que reza en el portón..."Honor y gloria al trabajo, ejemplo de entrega y heroísmo".
Al poeta le reconfortaba saber que, finalmente, iba a engañar a los que le habían traído aquí, que les iba a estafar ni más ni menos que veinte años. Todavía recordaba aquella sentencia..."incluido en las listas especiales para siempre"....!!!para siempre!!!....cómo cambian las palabras de sentido.

Llegó la mañana y con ella trajeron el pan sobre bandejas de madera como hacían cada día. Pero él ya no se alarmaba ni rebuscaba entre los pedazos, ni lloraba si no lograba un mendrugo de más, ni devoraba con dedos temblorosos el trozo que completaba la ración diaria. El trocito se derretía al instante en la boca, se le hinchaban las ventanas de la nariz, y él con todo su ser sentía el sabor y el aroma del pan de centeno recién hecho aunque el pedazo ya había desaparecido de la boca, aunque no había tenido tiempo ni de tragarlo, ni de mover las mandíbulas. No, ahora no perdía los nervios. Pero cuando le pusieron en sus manos la ración diaria la abrazó con sus pálidos dedos y se la apretó contra la boca. Mordía el pan con sus dientes heridos por el escorbuto, los dientes bailaban y le sangraban las encías, pero no sentía dolor, ya no. Apretaba el pan con todas su fuerzas contra la boca y lo chupaba y lo mordía y lo roía....
Pero aquel día era un día especial. Era el día del arenque. Tras la bandeja iba el vigilante de guardia, su blanca pelliza de piel de oveja brillaba como el sol. El arenque se entregaba sin limpiar y era algo que todos aprobaban, pues el pescado se comía entero, con piel y espinas. Llegaba el momento más crucial...¿de qué tamaño seria el pedazo que le darían?...todo estaba en manos de la suerte....de la carta que te tocaba en este juego del hambre. La persona que distraídamente había cortado las raciones no se imaginaba que diez gramos más o menos podían degenerar en un drama, un drama tal vez sangriento. De las lágrimas no valía la pena ni hablar. Las lágrimas eran algo frecuente y todos las comprendían. Nadie se reía del llanto ajeno.
Algunos entornaban los ojos sin poder dominar la emoción para abrirlos solo cuando el repartidor le empujaba y le entregaba su ración de arenque. Tras atrapar con sus sucios dedos el pescado, después de acariciarlo, de palparlo con gesto delicado, de comprobar si la porción que le había tocado era gorda o seca, el hombre no podía evitar el impulso de recorrer con veloz vistazo las manos de quienes le rodeaban, que también acariciaban y palpaban sus pedacitos de arenque temerosos de tragar con demasiada prisa la diminuta cola.
El poeta no comía el pescado. Lo lamía. Lamía una y otra vez. Y poco a poco la cola desaparecía entre sus dedos. Quedaban solo las espinas y el poeta las masticaba con cuidado, se dedicaba a ello con esmero y también las espinas se esfumaban, desaparecían.
Se había acabado el pan y el arenque y no tenia ganas de ir a ninguna parte. Le apetecía seguir acostado pero era ya hora de vestirse, de enfundarse el destrozado chaquetón que había sido su manta por la noche, de atar con cuerdas las suelas a las rotas botas que habían sido su almohada, y darse prisa, pues otra vez se abrían de par en par las puertas, otra vez sentía en el rostro el frío helador, y tras la valla de alambre de espinos exterior ya se encontraban los guardianes y los perros.....
Murió al anochecer. Pero no le dieron de baja hasta el cabo de dos días. Durante dos días seguidos sus ingeniosos vecinos lograron hacerse con el pan del fallecido. El muerto levantaba la mano como un muñeco, como una marioneta. De modo que murió antes de la fecha de su muerte, detalle no exento de valor para sus biógrafos futuros.
PS: Gracias, Shalámov, por haber sabido conservar la memoria tras tantos años en el infierno.
Pues eso, que Feliz Navidad a todos.