De pie, frente al secretario judicial, le golpeaban en el cerebro los versos de Nekrasov….”Se inclinó el hijo ante el padre, le lavó los pies al viejo….”…y comenzó su defensa.
“Entiéndame, señoría, déjeme que le explique. Quizá entonces pueda usted comprender, no sé…..ponerse en mi lugar.
La noche de autos, el 13 de mayo de 2009, estaba en casa nervioso, mordiéndome las uñas, viendo por televisión la final de la Copa entre el Athletic y el Barcelona, cuando Toquero salta a por aquel balón, y como si de un Zarra redivivo se tratase impacta con el cuero y clava el esférico en las redes contrarias. Nada puede hacer el portero blaugrana salvo acompañar con la mirada boba al balón cuando traspasa la línea de meta. Entonces, señor juez, imagínese, es el delirio. En ese instante, en ese suspiro de tiempo, todos los zurigorris del mundo liberamos unánimes el grito ahogado durante veinticinco años, ¡veinticinco años!, que se dice pronto, señoría. Como si ese gol nos diera ya la Copa, aunque el partido solo había comenzado y la euforia iba, con el tiempo, a cambiar de bando. Pero lo que importaba era vivir ese instante como si fuera el único, el definitivo.
Han pasado semanas y todavía oigo ese grito que se une al mío y que parece venir de un tiempo remoto, y tiemblan las paredes y se emociona el corazón. Bueno, el caso es que luego sigo el partido sentado en el borde del sofá, agobiado, sin poder relajarme. En los siguientes diez minutos imagino mil veces el momento en el que el árbitro da el pitido final, y ese gol de Toquero alcanza dimensiones de leyenda. Las emociones se desatan. Los jugadores se abrazan, saltan como niños, absolutamente felices sobre el césped de Mestalla, y en las gradas nuestra afición se abraza y llora de alegría.
Como ve, las emociones son tantas con ese gol, que, sencillamente, no puedo esperar a que todo termine. Llamo por teléfono a mi padre, quiero compartir con él la alegría del momento. Ya sé, ya sé, señor juez, no sea impaciente, es necesario que le cuente todo lo que sentí en aquellos momentos, que le muestre lo que para mi y para mi padre significa el Athletic. Sólo así podrá usted, quizás, comprender por qué hice lo que hice.
Imagínese, nada más nacer yo, mi padre intentó hacerme socio. O eso decía, porque siempre he pensado que aquello era una invención suya para alimentar mis sentimientos rojiblancos. Lo cierto es que tuve que esperar a los ocho años para poder ver con mis ojos, por primera vez, el verde de San Mamés. ¿Y lo del novio de mi hermana?.....a ese pobre, entonces jugador del Mirandés, y hoy su marido, medio en broma medio en serio, le pidió mi padre que demostrara su filiación zurigorri, bien enseñando el carnet de socio, bien procediendo al juramento de lealtad al equipo. "Que te quedo claro, txabal, en esta casa sólo se anima al Athletic", le dijo. Y aunque mi padre intentó que su sonrisa suavizara el tono siempre severo de su voz, el chico intuyó que hablaba en serio. Todavía puedo recordar a mi cuñado con la cara y los gestos del converso, celebrando los goles del Athletic en un alarde de simulación cada vez más perfecta, mejor trabajada. Tan perfecta, que al final, deja de ser simulación.
Así que, como le iba diciendo, señor juez, tenía tantas ganas de compartir con él ese momento que no pude evitar llamarle por teléfono. Tardaban en cogerlo. Me lo imaginé, sentado en su butacón, frente al televisor, con las primeras lágrimas de la emoción, presa de los nervios, sin poder articular palabra.
Entonces, a la espera, con el latido del teléfono de fondo, como si fuera un reloj que descuenta el tiempo, me veo en la Tribuna de San Mamés. Mi padre está en las gradas rodeado de sus compañeros de localidad, aquellos con los que discutir las alineaciones, aquella jugada, ese cambio, ese penalti no pitado y gritar a coro "Athletic!!!...Athletic!!!....Athletic!!!!"…..abrazándose en una piña cuando nuestro equipo alcanza el momento supremo del gol. Yo estoy a su lado, y a pesar de la distancia, huelo la frescura del césped y oigo el golpeo de la bota en el balón. En el descanso y mientras anochece, me tomo el bocata que mi ama me ha preparado de merienda, y, cuando se encienden las luces, al inicio del segundo tiempo, el campo se transforma, todo resplandece y los jugadores son como los habitantes de un mundo de magia, de ensueño. Como si se tratara de un videojuego, que diría un niño de hoy. Qué bendita sensación de seguridad la de aquellos años….y es que hay una única fuerza ante la que resulta maravilloso sentirse pequeño y débil, la fuerza de un padre.
Comencé a preocuparme al constatar que mis padres no descolgaban el teléfono. Mientras trato de disipar las sombras fluyen los recuerdos asociados a la última Copa que ganamos. Yo entonces tenía veinte años y no pude ver el final del partido por televisión porque los nervios de mi padre resultaron contagiosos y como si fuéramos un resorte conectado decidimos, a la vez, marcharnos a la calle. Caminábamos en silencio, como animales al acecho, cualquier signo, cualquier ruido, un murmullo bastaba para alterarnos el ritmo cardiaco. Y aquellos silencios, esas largas pausas que nosotros imaginábamos repletas de goles contrarios. Hasta que todo explotó. Explosión de luz, de color, de calor, explosión en rojo y blanco, y aquellos abrazos con mi padre…y verle llorar de alegría….
Volví a marcar el número. El zumbido que no calla, pulso que suena a casa vacía. Me tranquilizo pensando que tendrán la habitación cerrada y la tele a todo volumen. Por fin, descuelgan.
- “Dígame”. Resuena la voz de mi padre…..aunque no es la voz emocionada que esperaba escuchar, sino una voz apagada y débil.
-“ ¿Lo has visto, papá?....menudo golaaaaazooo!”....grito, y espero su respuesta.
- “Qué bien, cuánto me alegro” , replica sin énfasis en la voz, “¿Quién ha ganado?”
En ese momento, como un relámpago, me viene a la cabeza la imagen de algo que sucedió en mi última visita. Mi padre hurgando en sus bolsillos, como con urgencia, "¿Buscas algo, papá?", le pregunto. "La cajetilla de tabaco", me contesta. Me pilla desprevenido pero acierto a decir: "Pero si hace veinte años que dejaste de fumar". "¿Seguro?” me responde buscando en mis gestos alguna señal que muestre que estoy de broma….pero una mueca de desconcierto se va formando, poco a poco, en su avejentado rostro…..“¿Te encuentras mal?”, le pregunté…..”No, no….estoy bien, estoy contento” musitó besándome las manos y echándose a llorar. Cogí sus manos humildes y frías….él que había sido fuerte toda su vida….cuántas veces me había yo aferrado a él para buscar respuestas…para que me tranquilizara…y ahora….ahora esos ojos tristes imploraban que unas manos buenas le devolvieran la memoria.
-“ Papá, que el partido todavía no ha terminado….pero lo estás viendo ¿no?”.
-“¿El partido? Sí, sí que lo estoy viendo… bueno, no…, no sé…¿qué partido?” responde con voz quebrada.
- “¡Pues claro que lo estás viendo!”, oigo que grita mi madre, …”anda, anda…trae que me ponga”.
Oigo que se acerca….con su habitual letanía de quejas….hasta que coge el teléfono.
- “Hijo, ¿eres tú?.....claro que estamos viendo el partido…pero ya sabes cómo está últimamente tu padre que ya ni se acuerda….ni pastillas ni nada...”
- “¿Qué ha hecho cuando el Athletic ha marcado?” pregunto ansioso de encontrar un momento, aunque sea solo un fogonazo, de felicidad.
Mi madre me dice que mi padre se había olvidado que hoy era la final, que tuvo que ser ella la que pusiera la tele y le sentara frente a ella, y que no hacía más que confundir a los equipos…”peor que un niño pequeño”, sentencia.
- “Bueno, hijo, un beso para todos y si ganamos cuidado en la calle, que hay mucho loco suelto” se despide mi madre.
- “Está bien, ama. Un abrazo. Dile a papá que se ponga un momento”…. porque no quiero colgar con esa sensación de fracaso.
- “¿Sí?” , vuelvo a escuchar la voz de mi padre.
- “Podemos ganarla, papá. Podemos ganarla!!......¿te acuerdas de cómo celebramos de la última?” le pregunto.
Intuyo que forzando la memoria hasta el tormento logra evocar imágenes felices de camisetas rojiblancas…. su respuesta se me clava como un dardo envenenado.
- “Claro, cómo no me voy a acordar….Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, Gainza…..eso si que era un equipo… ¿Y el trabajo, te va bien? “ dice en un tono monótono, sin esperar mi respuesta.
- “Bueno, papá, venga, vamos a por ellos!!!!. Un beso”, me despido antes de colgar.
Sabe, señor Juez, no es apetecible acercarse a un tronco solitario y seco alrededor del cual solo intuyes ya tierra polvorienta y muerta. Pero si ese tronco solitario es tu padre el dolor se hace infinito. Le imaginé intentando recordar….quizás el rostro de mi abuela…apretando los párpados…brotando de los ojos lágrimas como cuando de niño intentas mirar al sol….y el dolor se hizo insoportable, señor juez.
Así que esa noche, señoría, después de hablar con mi padre y tras la derrota, derrotado dos veces, me derrumbo en el sofá mientras me pregunto ¿dónde estarán sus recuerdos, donde estarán aquellas tardes de fútbol? ¿Aquellas tardes, por ejemplo, en que volviendo por Licenciado Poza hacia casa mi padre me hablaba de Gorostiza? "Ese sí que era un jugador", solía decir, "… que forma de robar el balón, como si fuera un defensa, qué forma de enfilar el área contraria a velocidad de vértigo, driblando a quien le saliera al paso, unas veces haciendo diagonal hasta llegar ante las mismísimas narices del portero rival y otras, como si hiciera un surco en la banda, alcanzando la línea de córner para poner un balón perfecto al delantero centro….Gorostiza, el extremo por antonomasia". Sí, así lo calificaba él…"El extremo por antonomasia", con esa misma tranquila naturalidad con la que podía decir "que frío hace hoy". Yo no entendía qué quería decir, pero aquella palabra me sonaba bien, “por antonomasia”, sonido rotundo, como debieron ser aquellos regates, expresión adornada por ese prestigio que tienen las cosas que no se conocen, que sólo se pueden intuir.
Sí, señor juez, veinticinco años esperando a que el Athletic gane otro título y cuando llega el día, mi padre no puede disfrutarlo ni comprenderlo. Sólo le quedan unos pocos nombres de leyenda que repetir cual letanía y unas pocas imágenes, un puñado, que habitan hoy una memoria que está huida, y un presente que se va borrando como si se escribiera sobre agua.
Y me puede el dolor, señor juez, me puede el dolor. Un dolor mezcla de enojo, de inquietud, de su pelo encanecido, de sus arrugas, de la vida transcurrida, de mis ojos húmedos. Y ese dolor, como si una fuerza todopoderosa me impulsara, me pone en pie y me empuja a la calle…mientras paseo sin rumbo, rodeado de aquella multitud no puedo dejar de pensar en mi posible futuro…. mi memoria deshaciéndose, el libro de mi vida perdiendo hojas, arrancadas a tirones de mis cansadas neuronas, perdiendo primero las últimas, las más recientes. Me veo sentado en una butaca, degustando una copa de buen vino, hablando de personas desaparecidas en la oscuridad eterna de mi memoria, fantasmas del pasado que parecen reales, luchando angustiosamente por llenar los huecos de olvido, hasta que un día no puedo más y pierdo la memoria de la memoria, la memoria de mí, y me convierto en un juguete roto, otro tronco solitario y seco. Y luego, ni eso.
Esos eran mis pensamientos cuando todavía no sé muy bien por qué empecé a gritar como nunca. Grité por los dos, por mi padre y por mí. Pero muy pronto la rabia, esa rata negra, toma posesión de mi cuerpo y no soy capaz de controlarla. O quizás es que no quiero, que prefiero dirigirla por los laberintos de mi cuerpo deseando que me domine. Y es entonces, señor juez, cuando veo acercarse a la patrulla de la Ertzaintza….
Era tal la tristeza que me dominaba, señor juez, que la más tierna, la más suave, la más bondadosa de las palabras hubiera sido como si una mano ruda y áspera tocase un corazón desnudo y desgarrado…y entonces llegó aquel…”cállese y circule”…
Estos son los hechos, señoría. Y no quiero que suene a excusa, quiero que comprenda que pasó lo que tenía que pasar, que cuando imaginé a mi padre en medio de la calle, caminando en dirección contraria a la multitud, cuando imaginé a esa avalancha de gente apartándose para no llevarse por delante a ese anciano con su bufanda en la mano, moviéndola como un autómata, con los ojos perdidos, sin comprender nada de lo que sucede a su alrededor, cuando resonó aquel “cállese y circule”….sencillamente no pude más. Y la rata….la rata me mordió con saña….y mis piernas, como si tuvieran vida propia, que me llevan frente a la patrulla…..y mis manos, como si no respondieran ante mí que cogen esa botella que hay en el suelo.... empuñándola con gesto amenazante mientras me dirijo a ellos, pero sólo les insulto, señor juez, "hijos de puta, cabrones"….eso es lo que grito, sin intención de agredirles, se lo juro, sólo “hijos de puta, cabrones”….para provocarles con la botella en alto, para provocarles y que se abalancen sobre mí y maten a esa rata de la rabia antes de que haga su morada en mí. Entiéndame, señor juez.”
PS: En recuerdo de Justo, un gran y viejo zurigorri que ha perdido la memoria y con admiración por aquellos que le cuidan con tanto amor.