miércoles, 21 de mayo de 2014
Cuentos de Primavera - La hormiga y el pulpo.
Esto era una hormiga que se paso todo el verano recogiendo comida para el invierno para que no es muriera de hambre, mientras que el pulpo se iba a todos los bares del bosque a enborracharse todos los dias.
Pero finalmente, el invierno llegó......la hormiga se murió y el pulpo se comió toda su comida y se compró un Ferrari.
FIN
miércoles, 7 de mayo de 2014
The Txuriurdins
Son los años ochenta, Ronald Reagan ha llegado a la Casa Blanca y la Guerra Fría se recrudece. Es en ese contexto donde cobra especial importancia el llamado Directorio S de la URSS, un programa consistente en el reclutamiento, instrucción e infiltración de agentes soviéticos en territorio norteamericano. No se trata de una infiltración cualquiera, sino de la integración de esos agentes como si fueran unos ciudadanos normales: se les proporciona una identidad y se les construye una vida como americanos. Aunque los servicios de contraespionaje estadounidenses conocen la existencia del Directorio S, no son capaces de atrapar a ninguno de sus miembros y, aunque no lo saben, los tienen realmente cerca. Elizabeth y Phillip Jennings tienen dos hijos adolescentes, viven en Washington y regentan una agencia de viajes. Ni sus hijos, ni sus amigos, ni siquiera su vecino Stan, agente del FBI adscrito a la brigada de contraespionaje, tienen la menor idea de quiénes son realmente, ni qué actividades realizan clandestinamente. Elizabeth y Phillip son Nadezhda y Mischa, nacieron en la URSS y fueron reclutados, adiestrados e infiltrados por el KGB en los EEUU. Pertenecen al Directorio S, la crème de la crème del espionaje soviético.
Este es el argumento de una serie que está causando furor en la televisión estadounidense: The Americans. Su creador, Joe Weisberg, trabajó durante algún tiempo en el Directorio de Operaciones de la CIA. Podemos suponer, por tanto, que es buen conocedor de todas aquellas actividades que las diversas agencias de seguridad llevaron a cabo en tiempos de la Guerra Fría. Sin embargo, recientemente se ha conocido la existencia de algunos documentos que darían un giro a esta suposición. A la luz de esta nueva información, Weisberg no se habría basado en la hipotética existencia de un Directorio S soviético para crear The Americans, sino en algo de similares características hasta ahora desconocido: la infiltración masiva que desde hace décadas llevan a cabo los servicios de inteligencia del Athletic sobre los centros neurálgicos de la Real Sociedad. El nombre que en el Pentágono han dado a esta operación es The Txuriurdins y así consta en el expediente al que ha tenido acceso el Equipo de Investigación del Ambigú.
En el citado expediente, clasificado como de alto secreto por la inteligencia norteamericana, aparecen numerosos nombres y fechas, así como el detalle de las operaciones que el llamado Directorio Z (de zurigorri) ha realizado en las últimas décadas. Sería prolijo relatar aquí todas ellas, por lo que nos centraremos en una de las acciones más audaces y arriesgadas: la Operación Cervatillo. La estructura operativa del Directorio Z es compleja y es casi imposible conocer con absoluta certeza el alcance de las decenas de enlaces, contactos y ramificaciones con las que cuenta, aunque todos confluyen en dos personajes centrales: el General Mariosila y el Coronel Contini. Ellos son los responsables últimos de todas las operaciones. Llevan años infiltrados en Donostia, leen El Diario Vasco mientras toman el café y, si es necesario, no dudan en comentar de forma entusiasta al camarero que de Zubieta salen los mejores mediocentros de Europa o, si la situación así lo requiere, elogiar la crónica en la que Madinabeitia glosa las hazañas de las neskas de la Real. Nadie sospecha de ellos en el mundo txuri-urdin.
Hace algo más de un año saltaron todas las alarmas en el Directorio Z: la Real Sociedad había conseguido reunir a una pléyade de estrellas futbolísticas en su primera plantilla y la clasificación para disputar la Liga de Campeones parecía que sólo sería el primer paso de un largo y fructífero camino por el camino de la gloria futbolística. Las comunicaciones que llegaban desde las altas instancias en Bilbao reflejaban una inquietante preocupación, de manera que el General convocó al Coronel para hacer frente a tan dificil papeleta. Había que idear algo para que ese equipo con marchamo de campeón cayera, irremediablemente y cuanto antes, en el abismo. Mariosila y Contini pensaron en Loren, director deportivo de la Real Sociedad, uno de sus más fieles colaboradores. Llevaba años trabajando para ellos y su labor siempre había sido encomiable, no en vano había sido el responsable de fichajes como los de Sarpong o Demidov, pero entendieron que estaba demasiado quemado para afrontar la difícil misión que tenían entre manos. Recordaban que Loren estuvo a punto de conseguir una jugada maestra cuando casi logra vender a alguna de las figuras del club y si finalmente esto no llegó a hacerse fue porque el General paró la operación, al considerar que era mejor no poner en peligro más de la cuenta a su valioso agente: prefería seguir teniéndolo en la recámara antes que exponerlo en exceso. Mariosila y Contini repasaron su estrategia durante los últimos meses. A través de su red de contactos habían echado a rodar una bola de nieve entre la afición: el entrenador, Phillippe Montanier, era un manta, un zoquete impropio del equipazo que dirigía. En sus conversaciones cotidianas, como quien no quiere la cosa, dejaban caer que el francés no era digno de la inmensa calidad de esa plantilla y no dudaban en apelar al terror de sus contertulios cuando afirmaban que con este tío acabaremos como el Athletic o peor. Esa labor de desinformación fue calando de tal forma que la figura de Montanier empezó a verse con cierta desconfianza, cuando no con una abierta hostilidad. Al principio no sabían muy bien qué salían ganando influyendo de esta forma en la opinión pública, pero a finales de la temporada 2012/13 se dieron cuenta de que esa estrategia había sido un acierto para quitarse de encima cuanto antes a ese tipo, no fuera a ser que acabaran ganando algo con él. Fue entonces cuando pidieron a Loren que aprovechara esa mala imagen del francés para liquidarlo sin llamar mucho la atención. Hazle una oferta al francés que sí pueda rechazar, le ordenó el General Mariosila apenas concluída la temporada, y prepárate para comunicar el nombre de su sustituto, pronto decidiremos quien será.
El reto de la cúpula del Directorio Z en aquel momento consistía, por lo tanto, en buscar al mejor entrenador para sus intereses. Nacía así la Operación Cervatillo. El primer candidato que se barajó fue el de Bittor Alkiza, un antiguo mercenario que fue contratado por una importante suma de dinero hace mucho y que tenía una inmejorable hoja de servicios como agente de campo. Sin embargo, algo había en Alkiza que no acababa de convencer a los oficiales de la inteligencia zurigorri. Contini no se fiaba de él, sospechaba que podía ser un agente doble y el hecho de su parentesco con un antiguo cabecilla realista ayudaba a aumentar las incógnitas que su figura presentaba para el Coronel. Mariosila era más práctico y sólo se fijaba en el resultado final: me da igual que llegara a nosotros como un mercenario que se vende al mejor postor, su trabajo a favor de la causa siempre ha sido bueno, pero lo que en realidad me hace dudar de él es que no tengo claro que sea el entrenador títere que necesitamos. De esta forma, la posibilidad de que Alkiza fuera el elegido nació y murió casi en el mismo instante.
Fue en ese momento de incertidumbre, cuando Mariosila pidió a Contini que sondeara la opinión de los colaboradores con los que contaban dentro de la propia plantilla de la Real Sociedad, pregunta a nuestros contactos allí si tienen alguna sugerencia que hacernos. Contini revisó sus archivos: Zubikarai, Ansotegi, Iñigo Martínez... Dudó. Ponerse en contacto con ellos era arriesgado porque sabía que, debido a su procedencia, estaban siendo permanente vigilados por el contraespionaje blanquiazul. En ese momento, vio entre sus papeles una fotografía en la que dos jugadores, Griezmann y Zurutuza, aguardaban junto a una de las puertas de San Mamés para ver un partido del Athletic. Buenos chicos... justo lo que estaba buscando, pensó Contini mientras trataba de localizar sus números de teléfono. Mantuvo varias conversaciones con ellos de forma discreta y así obtuvo la solución al problema: había un entrenador que caería muy bien en la plantilla y que podía ser el que el Directorio Z necesitaba para sustituir a Montanier. Se trataba de un entrenador de la casa, bertsolari aficionado y... bizkaino. Excelente material con el poder trabajar, sin duda alguna.
A partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron. El General comunicó a Loren que la decisión estaba tomada, el elegido era Jagoba Arrasate, algo que sorprendió un poco al director deportivo, quien, en un rasgo de imprudencia rápidamente censurado por sus superiores, había hablado de un argentino llamado Tata Martino o algo así. Después, el Coronel se dedicó a la laboriosa tarea de aleccionar al nuevo entrenador, adiestrándole en su nueva función de agente infiltrado: Sabemos que siempre has sido del Athletic y no queremos que nos decepciones. Puedes tomar el camino sencillo, que es hacer lo que te ordenemos, o el camino difícil, que es el que te arruinará la vida. De hecho, no puedes tomar ningún camino... Te limitarás a obedecer, a hacer sin rechistar cuanto te ordenemos. Y así fue como la Operación Cervatillo echó a rodar. Varios meses más tarde, Mariosila y Contini se felicitaban por lo bien que estaban saliendo sus planes. Estaban tan satisfechos que dieron el visto bueno a Loren para que Jagoba Arrasate fuera renovado como entrenador de la Real Sociedad por una temporada más. Espero que no sea la última, mi General, dijo Contini entre risas. De él depende, señaló Mariosila, ya sabes que yo sólo pido una cosa: resultados. Si continúa en esta línea, seguirá; si no, acabará donde tú y yo sabemos. Y, súbitamente, como si de repente hubiese recordado algo, añadió: Hablando de resultados, llama al bertsolari y dile que no queremos sorpresas en San Mamés el próximo domingo. El partido debe ser una fiesta zurigorri y todos esperamos una goleada del Athletic para acabar bien la temporada en casa. Así que ya sabe lo que tiene que hacer... Elustondo en el centro del campo y Seferovic arriba...
Fue en ese momento de incertidumbre, cuando Mariosila pidió a Contini que sondeara la opinión de los colaboradores con los que contaban dentro de la propia plantilla de la Real Sociedad, pregunta a nuestros contactos allí si tienen alguna sugerencia que hacernos. Contini revisó sus archivos: Zubikarai, Ansotegi, Iñigo Martínez... Dudó. Ponerse en contacto con ellos era arriesgado porque sabía que, debido a su procedencia, estaban siendo permanente vigilados por el contraespionaje blanquiazul. En ese momento, vio entre sus papeles una fotografía en la que dos jugadores, Griezmann y Zurutuza, aguardaban junto a una de las puertas de San Mamés para ver un partido del Athletic. Buenos chicos... justo lo que estaba buscando, pensó Contini mientras trataba de localizar sus números de teléfono. Mantuvo varias conversaciones con ellos de forma discreta y así obtuvo la solución al problema: había un entrenador que caería muy bien en la plantilla y que podía ser el que el Directorio Z necesitaba para sustituir a Montanier. Se trataba de un entrenador de la casa, bertsolari aficionado y... bizkaino. Excelente material con el poder trabajar, sin duda alguna.
A partir de entonces, los acontecimientos se precipitaron. El General comunicó a Loren que la decisión estaba tomada, el elegido era Jagoba Arrasate, algo que sorprendió un poco al director deportivo, quien, en un rasgo de imprudencia rápidamente censurado por sus superiores, había hablado de un argentino llamado Tata Martino o algo así. Después, el Coronel se dedicó a la laboriosa tarea de aleccionar al nuevo entrenador, adiestrándole en su nueva función de agente infiltrado: Sabemos que siempre has sido del Athletic y no queremos que nos decepciones. Puedes tomar el camino sencillo, que es hacer lo que te ordenemos, o el camino difícil, que es el que te arruinará la vida. De hecho, no puedes tomar ningún camino... Te limitarás a obedecer, a hacer sin rechistar cuanto te ordenemos. Y así fue como la Operación Cervatillo echó a rodar. Varios meses más tarde, Mariosila y Contini se felicitaban por lo bien que estaban saliendo sus planes. Estaban tan satisfechos que dieron el visto bueno a Loren para que Jagoba Arrasate fuera renovado como entrenador de la Real Sociedad por una temporada más. Espero que no sea la última, mi General, dijo Contini entre risas. De él depende, señaló Mariosila, ya sabes que yo sólo pido una cosa: resultados. Si continúa en esta línea, seguirá; si no, acabará donde tú y yo sabemos. Y, súbitamente, como si de repente hubiese recordado algo, añadió: Hablando de resultados, llama al bertsolari y dile que no queremos sorpresas en San Mamés el próximo domingo. El partido debe ser una fiesta zurigorri y todos esperamos una goleada del Athletic para acabar bien la temporada en casa. Así que ya sabe lo que tiene que hacer... Elustondo en el centro del campo y Seferovic arriba...
viernes, 2 de mayo de 2014
Jornada 36: Rayo Vallecano - Athletic Club
A partir de las 21:00 horas de este viernes, festivo en Madrid, el Athletic puede cerrar definitivamente la lucha por el cuarto puesto y, por añadidura, obtener el pasaporte para disputar la eliminatoria previa de la Liga de Campeones del próximo curso. Una victoria en el campo de Vallecas supondría obtener tan jugoso objetivo a falta aún de dos jornadas para acabar el campeonato liguero, lo cual es un claro reflejo de la fantástica temporada que están protagonizando los leones. El importantísimo triunfo del equipo rojiblanco el pasado domingo ante el Sevilla, su rival en la pugna por la cuarta plaza, supuso que el Athletic en este momento roce con las yemas de los dedos tan ansiado objetivo y que se encuentre a falta del útimo golpe de riñón, en forma de tres puntos más, para hacer definitiva su consecución.
Es indudable que el equipo se ha ganado durante esta temporada el crédito suficiente como para que la afición confíe en que hoy se cerrará brillantemente la parte más sustancial de la temporada, quedando pendientes tan sólo algunos otros objetivos menores en los dos partidos que restan. Y esa confianza ha sido refrendada por la convocatoria que Ernesto Valverde ha confeccionado para viajar a Madrid, compuesta por todos los jugadores de la plantilla, incluidos los lesionados y, entre estos, Iñigo Ruiz de Galarreta, que se recupera en Lezama de la rotura de ligamentos producida durante su cesión en el Mirandés. El entrenador envía el mensaje de que, aún sabiendo de que hay un margen de tres partidos para obtener los tres puntos necesarios (quizás menos, si el Sevilla no hace lo propio con los nueve puntos que restan por jugar), se confía en ganar hoy y por eso toda la plantilla está citada para celebrarlo unida en Madrid.
A priori puede parecer que la misión será sencilla: el Athletic, cuarto, se enfrenta al Rayo Vallecano, décimo, que ya ha cumplido con su misión de salvar la categoría esta temporada. Si miramos la clasificación, parece lógico que el equipo que está 22 puntos por encima sea el claro favorito. Sin embargo, el equipo bilbaino haría mal en minusvalorar al Rayito. En cierta ocasión, algún rapsoda del futbol dijo que éste era un estado de ánimo. Traducido, diríamos que en el futbol hay que estar muy pendientes de las rachas y en la que se encuentra ahora inmerso el equipo de Paco Jémez es impresionante. El Rayo ha obtenido 27 de los 48 puntos en juego durante la segunda vuelta (frente a los 29 que ha logrado el Athletic), aunque lo más llamativo es que la mayor parte de esos puntos los ha ganado en el tramo final: 23 sobre los 30 últimos disputados, es decir, en los diez partidos anteriores (en ese tramo el Athletic ha conseguido 18 puntos). Para abundar más en el buen momento rayista, hay que señalar también que no han conocido la derrota en las últimas cuatro jornadas (dos victorias como locales y un empate y un triunfo como visitantes).
Esta buena racha del Rayo Vallecano debe servir como acicate para el Athletic, como lo sirvió el domingo pasado en San Mamés frente a otro rival que también llegaba en medio de una racha de resultados muy buenos. Cuando el equipo del Txingurri sale a un campo de futbol concentrado, metido en su papel, haciendo lo que sabe y para lo que su plantilla está capacitada, poco importa el buen estado del rival porque su competitividad es muy alta. Y para que se den esas circunstancias, para que el once zurigorri salga esta noche al estrecho terreno de juego de Vallecas con todas las garantías, deberá tener en cuenta que el premio que se obtendría al ganar estos tres puntos es infinitamente superior a la honrilla que lograría el Rayo si fueran ellos quienes los sumaran; esto tiene que hacerse valer en forma de una actitud demoledoramente ambiciosa de los leones desde el primer minuto.
Al filo de las once de la noche sabremos si el Athletic comenzará el próximo agosto su participación en la próxima edición de la UEFA Champions League. Confiamos en que así será. Se lo merece, nos lo merecemos.
viernes, 25 de abril de 2014
martes, 15 de abril de 2014
Pesadilla en la cocina... del Ambigú
Alberto Chicote se detuvo ante la puerta del Ambigú Zurigorri. Echó un vistazo al entorno: su ubicación en una calle bastante concurrida, diáfana y animada, parecía buena. Y, al menos desde fuera, el local daba la impresión de estar bien instalado, con cierta elegancia, incluso.
Lo primero que sorprendió a Chicote fue el enorme jaleo que había en la puerta. El interior debía estar totalmente lleno porque varias decenas de impacientes clientes gritaban y hacían aspavientos en la entrada. Unas chicas rubias, con aspecto de galesas (esto se deduce por sus ceñidas camisetas del Red Dragon y también por un cerrado acento de Cardiff), a preguntas del chef, intentaron explicar tan confusa situación: "Ocurre de vez en cuando. El local se empieza a llenar, a llenar, a llenar y ya no cabe nadie más. Ni siquiera en la bodega, que, dicho sea de paso, suele ser utilizada por una pareja de tortolitos para 'carnearse' a tope". Chicote no entendía nada: "O sea, que el local se llena porque tiene mucho éxito. Entonces... ¿para qué me han llamado?" "No, que va", dijo una de las galesas, la más tímida, la que apenas levantaba la mirada de su prominente melonar, "esto se llena siempre que hay partido, pero aquí casi no se consume nada. Todo lo que sirven es incomestible. De hecho, hay algunos que se traen los canapés de casa... bueno, eso si no hay asamblea del Athletic, que entonces aprovechan y los traen de allí". Chicote, temiéndose lo peor, hizo una última pregunta a las rubias: "Y toda esta gente, ¿qué hace aquí entonces?" "Ven el partido. Discuten... Rollos de tikitakistas y resultadistas o algo así... Es que nosotras sólo entendemos de rugby. También debaten sobre fichajes, filosofía, estatutos. Suelen hablar mucho de un tal Undiano... Están todos como cabras. Pero son muy divertidos", contestó otra de las galesas, la que tenía pinta de estar pasándoselo mejor.
El chef, asombrado y temiéndose que iba a meterse en un sitio en el que preferiría no estar, fue apartando a todos los vocingleros que se iba encontrando por el camino y a duras penas entró en el Ambigú. "Por favor, ¿el gerente?" "Ni idea", le contestó uno que tenía en su mano un gin-tonic del que sobresalían algunas hojas verdes de una planta indeterminada. "Hace años había dos, pero ya no hay rastro de ellos. Uno se marchó de la noche a la mañana. Aquí hay quien dice que fue cosa del KGB y otros afirman que lo que realmente ocurrió es que se marchó con la caja B". Las gotas de sudor perlaban la cara de Chicote, quien echaba de menos no haber aceptado aquel puesto de cocinero jefe en el restaurante del aeropuerto de Castellón. "Creí que aquello iba a ser estresante", pensó melancólico.
"Decía usted que había dos gerentes... Me da miedo preguntar... ¿y el segundo?". El del gin-tonic, que se había dado la vuelta para echar en cara a otro "el gran error que supone el doble pivote en el futbol moderno", se volvió de nuevo para contestar a la estrella televisiva: "Uf... Lo de este es mucho más misterioso. Lo último que se supo de él
es que estaba en alguna isla del caribe intentando dar salida a un
stock de lencería de verano. No cuente usted con él, de momento. Parece
que le va bien por allí". "Pero habrá algún encargado, ¿no?" "Pues no lo tengo muy claro... Pregunte por ahí. En cualquier caso, le recomiendo que no pruebe esa tortilla. Repito: bajo ninguna circunstancia dé un bocado a esa tortilla".
Alberto Chicote miró el expositor de la barra. Nunca había visto algo semejante. Su trabajo en la televisión le había llevado por los antros más infectos, por los tugurios más malolientes y las cocinas más mugrosas de toda España. Incluso una vez, en un especial, habían grabado un programa en un insalubre cuchitril de algún otro país. Nunca, jamás, "never, never, never" (que diría el Ser Supremo Merengue) había visto una imagen tan dantesca como la que ofrecía aquella barra. Chicote notó una especie de nausea y un cierto bloqueo en sus vías respiratorias... "Tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí...", repetía, fuera de sí, mientras repartía codazos, mordía orejas y propinaba puntapiés en la espinilla de todo aquel que se le ponía por delante. En su desaforada huída no alcanzó a darse cuenta de que en el abarrotado local se había hecho de repente el silencio. No fueron más de un par de segundos que terminaron con un estruendoso grito... GOOOOOOOOOL. Fue como una enorme explosión. Un estruendo al que siguieron abrazos, palmas entrechocadas, guiños y gestos cómplices. Todos miraban hacia una gran pantalla de televisión que se encontraba al fondo del Ambigú. Entre el griterío se alcanzaba a escuchar levemente la voz de un narrador que insistía en la importancia de ese gol, en el último suspiro del descuento, y de los tres puntos que el Athletic acaba de conseguir en el Nou Camp.
Las galesas, en la puerta, se sumaron a la algarabía y también repartieron abrazos y arrumacos a diestro y siniestro. Entre tanto alborozo, nadie se percató de que Chicote, enloquecido, había cruzado la calle corriendo y, justo enfrente, entraba en un sórdido local llamado El Ciclotímico. Un borracho, que había presenciado toda la escena sentado en la acera, murmuró: "Que no le pase nada al cocinero... La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida..."
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Liga (2013-2014)
jueves, 3 de abril de 2014
El hijo de Butch Cassidy
¿Quién no recuerda a Paul Newman y a Robert Redford en Dos hombres y un destino? Interpretaban, respectivamente, a Butch Cassidy y The Sundance Kid, los legendarios forajidos que lideraban la no menos célebre Banda del Desfiladero. Sabemos que ambos bandidos existieron y que su banda realmente se llamó The Wild Bunch (Grupo Salvaje), pero que por razones evidentes -aún estaba reciente la película homónima de Sam Peckimpah- el estudio prefirió cambiar su nombre. No conocemos qué hay de cierto en su épica huída y aunque sí parece ser verdadera su estancia en Bolivia, no está claro que acabaran sus días tiroteados por una patrulla de la policía de ese país, tal y como se narra en el filme de George Roy Hill. En otra película, Blackthorn (Mateo Gil, 2011), por ejemplo, se ofrece al espectador la alternativa de que Butch Cassidy sobreviviera más de dos décadas en suelo boliviano a los hechos narrados en la cinta norteamericana.
Vayamos un poco más lejos. ¿Y si Butch Cassidy hubiera tenido un hijo? ¿Y si éste, William Brett Cassidy, hubiera sido árbitro de futbol? ¿Habría salido el chaval, el árbitro, tan bandido como su progenitor? El escritor argentino Osvaldo Soriano relata esta versión de los hechos en El hijo de Butch Cassidy (1993):
El Mundial de 1942 no figura en ningún libro de historia pero se jugó en la Patagonia argentina sin sponsors ni periodistas y en la final ocurrieron cosas tan extrañas como que se jugó sin descanso durante un día y una noche, los arcos y la pelota desaparecieron y el temerario hijo de Butch Cassidy despojó a Italia de todos sus títulos.Mi tío Casimiro, que nunca había visto de cerca una pelota de fútbol, fue juez de línea en la final y años más tarde escribió unas memorias fantásticas, llenas de desaciertos históricos y de insanías ahora irremediables por falta de mejores testigos.La guerra en Europa había interrumpido los mundiales. Los dos últimos, en 1934 y 1938, los había ganado Italia y los obreros piamonteses y emilianos que construían la represa de Barda del Medio en la Argentina y las rutas de Villarrica en Chile se sentían campeones para siempre. Entre los obreros que trabajaban de sol a sol también había indios mapuches conocidos por sus artes de ilusionismo y magia y sobre todo europeos escapados de la guerra. Había españoles que monopolizaban los almacenes de comida, italianos de Génova, Calabria y Sicilia, polacos, franceses, algunos ingleses que alargaban los ferrocarriles de Su Majestad, unos pocos guaraníes del Paraguay y los argentinos que avanzaban hacia la lejana Tierra del Fuego. Todos estaban allí porque aún no había llegado el telégrafo y se sentían a salvo del terrible mundo donde habían nacido.Hacia abril, cuando bajó el calor y se calmó el viento del desierto, llegaron sorpresivamente los electrotécnicos del Tercer Reich que instalaban la primera línea de teléfonos del Pacífico al Atlántico. Con ellos traían una punta del cable que inauguraba la era de las comunicaciones y la primera pelota del mundo a válvula automática que decían haber inventado en Hamburgo. Luego de mostrarla en el patio del corralón para admiración de todos desafiaron a quien se animara a jugarles un partido internacional. Un ingeniero de nombre Celedonio Sosa, que venía de Balvanera, aceptó el reto en nombre de toda la nación argentina y formó un equipo de vagos y borrachos que volvían decepcionados de buscar oro en las hondonadas de la Cordillera de los Andes.El atrevimiento fue catastrófico para los argentinos que perdieron 6 a 1 con un pésimo arbitraje de William Brett Cassidy, que se decía hijo natural del cowboy Butch Cassidy que antes de morir acribillado en Bolivia vivió muchos años en las estancias de la Patagonia con el Sundance Kid y Edna, la amante de los dos.No bien advirtieron la diversidad de países y razas representados en ese rincón de la tierra, los alemanes lanzaron la idea de un campeonato mundial que debía eternizar con la primera llamada telefónica su paso civilizador por aquellos confines del planeta. El primer problema para los organizadores fue que los italianos antifascistas se negaban a poner en juego su condición de campeones porque eso implicaba reconocer los títulos conseguidos por los profesionales del régimen de Mussolini.Algunos irresponsables, ganados por la curiosidad de patear una pelota completamente redonda y sin tiento, se dejaban apabullar por los alemanes a la caída del sol mientras la línea del teléfono avanzaba por la cordillera hacia las obras del dique: un combinado de almaceneros gallegos e intelectuales franceses perdió por 7 a 0 y un equipo de curas polacos y desarraigados guaraníes cayó por 5 a 0 en una cancha improvisada al borde del río Limay.Nadie recordaba bien las reglas del juego ni cuanto tiempo debía jugarse ni las dimensiones del terreno, de manera que lo único prohibido era tocar la pelota con las manos y golpear en la cabeza a los jugadores caídos. Cualquier persona con criterio para juzgar esas dos infracciones podía ser el árbitro y así fue como mi tío y el hijo de Butch Cassidy se hicieron famosos y respetables hasta que por fin llegó el télefono.Hubo un momento en que la posición principista de los italianos se volvió insostenible. ¿Cómo seguir proclamándose campeones de una Copa que ni siquiera reconocían cuando los alemanes goleaban a quien se les pusiera adelante? ¿Podían seguir soportando las pullas y las bromas de los visitantes que los acusaban de no atreverse a jugar por temor a la humillación?En mayo, cuando empezaron las lloviznas, el capataz calabrés Giorgio Casciolo advirtió que con la arena mojada la pelota empezaba a rebotar para cualquier parte y que los enviados del Fuhrer , que ya probaban el teléfono en secreto y abusaban de la cerveza, no las tenían todas consigo. En un nuevo partido contra los guaraníes el resultado, luego de dos horas de juego sin descanso, fue apenas de 5 a 2. En otro, los ingleses que colocaban las vías del ferrocarril se pusieron 4 goles a 5 cuando se hizo de noche y los alemanes argumentaron que había que guardar la pelota para que no se perdiera entre los espesos matorrales. A fin de mes los pescadores del Limay, que eran casi todos chilenos, perdieron por 4 a 2 porque William Brett Cassidy concedió dos penales a favor de los alemanes por manos cometidas muy lejos del arco.Una noche de juerga en el prostíbulo de Zapala, mientras un ingeniero de Baden-Baden trataba de captar noticias sobre el frente ruso en la radio de la señora Fanny-La-Joly, un anarquista genovés de nombre Mancini al que le habían robado los pantalones se puso a vivar al proletariado de Barda del Medio y salió a los pasillos a gritar que ni los alemanes ni los rusos eran invencibles. En el lugar no habia ningún ruso que pudiera darse por aludido, pero el ingeniero alemán dió un salto, levantó el brazo y aceptó el desafío. El capataz Casciolo, que estaba en una habitación vecina con los pantalones puestos, escuchó la discusión y temió que la Copa de 1938 empezara a alejarse para siempre de Italia.A la madrugada, mientras regresaban a Barda del Medio a bordo de un Ford A, los italianos decidieron jugarse el título y defenderlo con todo el honor que fuera posible en ese tiempo y en ese lugar. Sólo cinco o seis de ellos habían jugado alguna vez al fútbol pero uno, el anarquista Mancini, había pasado su infancia en un colegio de curas en el que le enseñaron a correr con una pelota pegada a los pies.Al día siguiente la noticia corrió por todos los andamios de la obra gigantesca: los campeones del mundo aceptaban poner en juego su Copa. Los mapuches no sabían de que se trataba pero creían que la Copa poseía los secretos de los blancos que los habían diezmado en las guerras de conquista. Los ingleses lamentaban que sus enemigos alemanes se quedaran con la gloria de aquel torneo fugaz; los argentinos esperaban que el gobierno los sacara de aquel infierno de calor y de arena y en secreto tramaban un sistema defensivo para impedir otra goleada alemana. Los guaraníes habían hecho la guerra por el petróleo con Bolivia y estaban acostumbrados a los rigores del desierto aunque no tenían más de tres o cuatro hombres que conocieran una pelota de fútbol. También formaron equipos los curas y obreros polacos, los intelectuales franceses y los almaceneros españoles. Los franceses no eran suficientes y para completar los once pidieron autorización para incorporar a tres pescadores chilenos.Los alemanes insistieron en que todo se hiciera de acuerdo con las reglas que ellos creían recordar: había que sortear tres grupos y se jugaría en los lugares adonde llegaría el teléfono para llamar a Berlín y dar la noticia. William Brett Cassidy insistió en que los árbitros fueran autorizados a llevar un revólver para hacer respetar su autoridad y como la mayoría de los jugadores entraban a la cancha borrachos y a veces armados de cuchillos, se aprobó la iniciativa.Se limpiaron a machetazos tres terrenos de cien metros y como nadie recordaba las medidas de los arcos se los hizo de diez metros de ancho y dos de altura. No había redes para contener la pelota pero tanto Cassidy como mi tío Casimiro, que oficiarían de árbitros, se manifestaron capaces de medir con un golpe de vista si la pelota pasaba por adentro o por afuera del rectángulo.El sorteo de las sedes y los partidos se hizo con el sistema de la paja más corta. La inauguración, en Barda del Medio, quedó para la Italia campeona y el aguerrido equipo de los guaraníes. Al otro lado del río, en Villa Centenario, jugaron alemanes, franceses y argentinos y sobre la ruta de tierra, cerca del prostíbulo, se enfrentaron españoles, ingleses y mapuches.En todos los partidos hubo incidentes de arma blanca y las obras del dique tuvieron que suspenderse por los graves rebrotes de nacionalismo que provocaba el campeonato. En la inauguración Italia les ganó 4 a 1 a los guaraníes que no tenían otra bandera que la del Paraguay. En las otras canchas salieron vencedores los alemanes contra los franceses y los indios mapuches se llevaron por delante a los ingleses y a los almaceneros españoles por cinco o seis goles de diferencia.Los dos primeros heridos fueron guaraníes que no acataron las decisiones de Cassidy. El referí tuvo que emprenderla a culatazos para hacer ejecutar un penal a favor de Italia. Al otro lado del río mi tío Casimiro tuvo que disparar contra un delantero mapuche que se guardó la pelota abajo de la camisa y empezó a correr como loco hacia el arco británico en el segundo partido de la serie. Los mapuches tuvieron dos o tres bajas pero ganaron la zona porque los británicos se empecinaron en un fair play digno de los terrenos de Cambridge.La memoria escrita por mi tío flaquea y tal vez confunde aquellos acontecimientos olvidados. Cuenta que hubo tres finalistas: Alemania, Italia y los mapuches sin patria. La bandera del Tercer Reich flameó más alta que las otras durante todo el campeonato sobre las obras del dique pero por las noches alguien le disparaba salvas de escopeta. William Brett Cassidy permitió que los alemanes eliminaran a la Argentina gracias a la expulsión de sus dos mejores defensores. Es verdad que el arquero cordobés se defendía a piedrazos cuando los alemanes se acercaban al arco, pero ése era un recurso que usaban todos los defensores cuando estaban en peligro. Antes de cada partido los hinchas acumulaban pilas de cascotes detras de cada arco y al final de los enfrentamientos, una vez retirados los heridos, se juntaban también las piedras que quedaban dentro del terreno.En la semifinal ocurrieron algunas anormalidades que Cassidy no pudo controlar. Los alemanes se presentaron con cascos para protegerse las cabezas y algunos llevaban alfileres casi invisibles para utilizar en los amontonamientos. Los italianos quemaron un emblema fascista y entonaron a Verdi pero entraron a la cancha escondiendo puñados de pimienta colorada para arrojar a los ojos de sus adversarios.Cassidy quiso darle relieve al acontecimiento y sorteó los arcos con un dólar de oro, pero no bien la moneda cayó al suelo alguien se la robó y ahí se produjo el primer revuelo. El capitán alemán acusó de ladrón y de comunista a un cocinero italiano que por las noches leía a Lenin encerrado en una letrina del corralón. En aquel lugar nada estaba prohibido, pero los rusos eran mal vistos por casi todos y el cocinero fue expulsado de la cancha por rebelión y lecturas contagiosas. Antes de dar por iniciado el partido, Cassidy lanzó una arenga bastante dura sobre el peligro de mezclar el fútbol con la política y después se retiro a mirar el partido desde un montículo de arena, a un costado de la cancha.Como no tenía silbato y las cosas se presentaban difíciles, él sólo bajaba de la colina revólver en mano para apartar a los jugadores que se trenzaban a golpes. Cassidy disparaba al aire y aunque algunos espectadores escondidos entre los matorrales le respondían con salvas de escopeta, el testimonio de mi tío asegura que afrontó las tres horas de juego con un coraje digno de la memoria de su padre.Cassidy hizo durar el juego tanto tiempo porque los italianos resistían con bravura y mucho polvo de pimienta el ataque alemán y en los contragolpes el anarquista Mancini se escapaba como una anguila entre los defensores demasiado adelantados. Hubo momentos en que Italia, que jugaba con un hombre menos, estuvo arriba 2 a 1 y 3 a 2, pero a la caída del sol alguien le devolvió a Cassidy su dólar de oro en una tabaquera donde había por lo menos veinte monedas más. Entonces el hijo de Butch Cassidy decidió entrar al terreno y poner las cosas en orden.En un corner, Mancini fue a buscar la pelota de cabeza pero un defensor alemán le pinchó el cuello con un alfiler y cuando el italiano fue a protestar, Cassidy le puso el revólver en la cabeza y lo expulsó sin más trámite. Luego, cuando descubrió que los italianos usaban pimienta colorada para alejar a los delanteros rivales, detuvo el juego y sancionó tres penales en favor de los alemanes. El capataz Casciolo, furioso por tanta parcialidad, se interpuso entre el arquero y el hombre que iba a tirar los penales pero Cassidy volvió a cargar el revólver y lo hirió en un pie. Un ingeniero prusiano bastante tímido, que había jugado todo el partido recitando el Eclesíastes, se puso los anteojos para ejecutar los penales (Cassidy había contado sólo nueve pasos de distancia) y anotó dos goles. Enseguida el hijo de Butch Cassidy dió por terminado el partido y así se le escapó a Italia la Copa que había ganado en 1934 y 1938.Los alemanes se fueron a festejar al prostíbulo y ni siquiera imaginaron que los mapuches bajados de los Andes pudieran ganarles la final como ocurrió tres días más tarde, un domingo gris que la historia no recuerda. Ese día el teléfono empezó a funcionar y a las tres de la tarde Berlín respondió a la primera llamada desde la Patagonia. Toda la comarca fue a la cancha a ver el partido y el flamante teléfono negro traído por los alemanes. Un regimiento basado en la frontera con Chile envió su mejor tropa para tocar los himnos nacionales y custodiar el orden pero los mapuches no tenían país reconocido ni música escrita y ejecutaron una danza que invocaba el auxilio de sus dioses.Mi tío, que ofició de juez de línea, anota en su memoria que a poco de comenzado el partido aparecieron bailando sobre las colinas unas mujeres de pecho desnudo y enseguida empezó a llover y a caer granizo. En medio de la tormenta y las piedras Cassidy pensó en suspender el partido, pero los alemanes ya habían anunciado la victoria por teléfono y se negaron a postergar el acontecimiento. Pronto la cancha se convirtió en un pantano y los jugadores se embarraron hasta hacerse irreconocibles. Después, sin que nadie se diera cuenta, los arcos desaparecieron y por más que se jugó sin parar hasta la hora de la cena ya no había donde convertir los goles. A medianoche, cuando la lluvia arreciaba, Cassidy detuvo el juego y conferenció con mi tío para aclarar la situación. Los alemanes dijeron haber visto unas mujeres que se llevaban los postes y de inmediato el árbitro otorgó seis penales de castigo contra los mapuches pero nadie encontró los arcos para poder tirarlos. Una partida del ejército salió a buscarlos, pero nunca más se supo de ella. El juego tuvo que seguir en plena oscuridad porque Berlín reclamaba el resultado, pero ya ni siquiera había pelota y al amanecer todos corrían detrás de una ilusión que picaba aquí o allá, según lo quisieran unos u otros.A la salida del sol el teléfono sonó en medio del desierto y todo el mundo se detuvo a escuchar. El ingeniero jefe pidió a Cassidy que detuviera el juego por unos instantes pero fue inútil: los mapuches seguían corriendo, saltando y arrojándose al suelo como si todavía hubiera una pelota. Los alemanes, curiosos o inquietos pero seguramente agotados, fueron a descolgar el teléfono y escucharon la voz de su Fuhrer que iniciaba un discurso en alguna parte de la patria lejana. Nadie más se movió entonces y el susurro alborotado del teléfono corrió por todo el terreno en aquel primer Mundial de la era de las comunicaciones.En ese momento de quietud uno de los arcos apareció de pronto en lo alto de una colina, a la vista de todos, y las mujeres reanudaron su danza sin música. Una de ellas, la más gorda y coloreada de fiesta, fue al encuentro de la pelota que caía de muy alto, de cualquier parte, y con una caricia de la cabeza la dejó dormida frente a los palos para que un bailarín descalzo que reía a carcajadas la empujara derecho al gol.
William Brett Cassidy anuló la jugada a balazos pero en su memoria alucinada mi tío dió el gol como válido. Lástima que olvidó anotar otros detalles y el nombre de aquel alegre goleador de los mapuches.
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