A finales del siglo XIX y principios del XX la vida no era fácil en las pequeñas poblaciones rurales de la Cornisa Cantábrica, alejadas del incipiente desarrollo industrial que experimentaban las nucleos urbanos.

El indiano era más que el emigrante que triunfó en las Américas. Realmente era aquella persona que se había forjado al otro lado del Atlántico una vida de éxito en los negocios y que regresaba como triunfador a su lugar de origen. A veces el regreso era definitivo, aunque en la mayor parte de los casos los indianos sólo regresaban temporalmente. Era en este momento, en el del retorno, en el que el indiano sacaba a relucir su nuevo status ante la admiración de sus paisanos: mandaban construir palacios o casonas, a veces de muy dudoso gusto, pero siempre llamativas, ostentosas, fastuosas. También se constituían en benefactores de sus pueblos: se hacían cargo de la construcción de escuelas o de plazas u obras públicas, así como también solían dedicar su dinero a obras filantrópicas para con sus vecinos.
Se cuenta que un indiano, recién llegado de América y con la cartera repleta de dinero, quería hacer una entrada por todo lo alto en la aldea de la que salió sin nada en sus bolsillos. Decidió comprarse un coche de lujo. Ante las preguntas del vendedor, sobre la marca y el modelo que deseaba comprar, el indiano zanjó: “El más caro que haiga”. Esta anécdota, de la que desconocemos su veracidad o si es fruto de la pura invención popular, retrata socialmente un arquetipo: el hombre humilde, semianalfabeto, que ha emigrado sin nada y que vuelve con todo y que, en consecuencia, quiere dejar patente entre sus convecinos a través de un carísimo trozo de chapa con ruedas el éxito de su aventura, cueste lo que cueste esta demostración. Pasados los años y afianzado este chascarrillo en el acervo popular, hubo una época en la que a los coches de lujo, con grandes prestaciones y precio desorbitado se los conocía popularmente como “haigas”.

La forma de actuar de la directiva del Athletic en todo lo concerniente a la construcción de San Mamés Barria cada vez me recuerda más la historia del indiano y el “haiga”. No obstante, seamos justos: no es una actitud exclusiva de esta directiva. No ha pasado tanto tiempo desde que un presidente del Athletic decidió contruir un estadio con el mejor arquitecto que “haiga”, dandose la ridícula situación de que se encarga una maqueta (cuanto costaría la broma…) sin saber ni dónde se iba a realizar lo obra, cuánto iba a costar o cómo se pagaría. La gran diferencia es que el indiano se pagaba sus caprichos, por estrambóticos que estos fueran, mientras que las sucesivas directivas rojiblancas han venido jugando con el dinero de los socios y con la estabilidad presente y futura de las finanzas del club.
Como ya he dicho, desde el día en que a alguien se le ocurrió que era necesario un nuevo campo para el Athletic, la carrera de despropósitos ha tenido dimensiones que me atrevería a calificar de homéricas: maquetas inservibles, movimientos en la sombra, desencuentros con las instituciones públicas, proyectos faraónicos, … Y lo más importante sigue, a estas alturas, sin conocerse: ¿cómo se va a pagar todo esto?

Aparece en la prensa la penúltima sobre San Mamés Barria, nuestro particular parto de los montes zurigorri: el Athletic busca nuevas vías de financiación para no tener que pedir un crédito. ¿Todavía estamos así? Teniendo en cuenta que, sobre el papel, ya se debería haber colocado la primera piedra y haberse iniciado la fase constructiva, ¿aún estamos discutiendo sobre si son galgos o si son podencos?
Tampoco conviene ser negativos. Cualquier avispado sabe perfectamente que para pagar el estadio más caro que "haiga" se puede recurrir al "yate"... ya te lo pagaré.