lunes, 10 de junio de 2019

El otro Grand Slam de ayer


Ayer por la tarde, aunque haya pasado inadvertido, se cerró el espacio aéreo sobre parte de Bilbao y las maniobras de aproximación a Loiu se sometieron a un severísimo protocolo de seguridad. ¿La razón? La previsión de que en la zona de Miribilla iba a tener lugar un desaforado lanzamiento de misiles tierra-aire.
 
Y así fue.
 
Irribarria hizo buenos los pronósticos y desplegó la potencia demoledora de su pegada, esa potencia que hacía que el Kamarada Kroma fuera pesimista antes del partido.
 
Lo que a mí, contagiado a priori de ese pesimismo, me pareció prodigioso es que hubiera enfrente alguien capaz de aguantar ese fuego graneado, llegando incluso a dar la impresión, el algún momento del partido, de que podía hasta ganar.
 
Porque prodigioso es devolver una y otra vez esas terribles pelotas que Irribarria lanzaba a la parte trasera del frontón. Impresionaba la potencia del guipuzcoano, pero no impresionaba menos la perseverancia del vizcaíno en no amilanarse, devolviendo una y otra vez los zambombazos de su oponente. No soy ningún entendido en este deporte, pero en la cancha -a la que pude asistir gracias al kamarada- creí percibir algo que va más allá de la técnica de Urruti como pelotazale: noté una voluntad férrea y una fe casi indestructible. Hay que tener una fortaleza mental tremenda para plantar cara de esa forma a un martillo pilón como Iker Irribarria.
 
Dicen algunas crónicas que he leído que hubo pocos puntos que levantaran al publico de sus asientos; que el partido, aunque emocionante por lo ajustado del marcador, no fue excelente. Tal vez de haberlo visto por TV yo también sería de esa opinión. Pero en el frontón tuve la gran oportunidad de sentir una tensión emocional en ambos contendientes que, perdonadme el tópico, se podía cortar con un cuchillo.
 
Según el KKK, no cabe culpar de la derrota al material, que otras veces parece que ha favorecido en exceso al cañonero guipuzcoano; otros factores como el poco rendimiento del saque de Mikel o algunos errores puntuales (se habla mucho de un fallo en un gancho con 15-10 a su favor) explican el resultado.
 
Pero por encima de esas cuestiones técnicas, yo me quedo con la emoción vivida y con el convencimiento de que, si bien Irribarria ha sido con toda justicia el campeón de este manomanista, tenemos un auténtico campeón en la persona de Urruti. Ambos pelotaris me impresionaron. Creo que viví un gran acontecimiento deportivo que no tiene nada que envidiar a grandes eventos de otros deportes más universales o mediáticos. Por ejemplo, no lamenté en absoluto perderme la final de Roland Garros para poder llegar con tiempo a Miribilla a reunirme con el KKK. Finales entre deportistas de este nivel son también un Grand Slam. Aunque fuera de este pequeño país nuestro parece que nadie se entere.

1 comentario:

Contini dijo...

A mi la final del mamomanista me pareció más emocionante que buema. Irribarria basa su juego en los cañonazos que mete, comparando con el tenis sería un Boris Becker. Urruti es mejor técnicamente pero tengo la impresión de que se come mucho la cabeza y no goza jugando.