viernes, 2 de noviembre de 2007

El Séptimo Amarrako

Cuento para un día de difuntos



Fue una larga jornada preparando la Asamblea. La noche ya había caido sobre el antiguo palacio. El último de los colaboradores del Presidente hacía tiempo que se había perdido ya entre las calles de la ciudad, empapadas por la lluvia caida insistentemente durante ese día de diciembre.


Agotado, el Presidente se disponía a marcharse también. Podría haberlo hecho antes, pero quiso comprobar por enésima vez los apoyos con los que contaba. Parecía que está vez sí iba a salirse con la suya. Pero no fue hasta hacer las últimas estimaciones que decidió abandonar su mesa y marcharse a su casa. El día siguiente también sería muy largo. No sería la primera vez que el Palacio de Congresos le vería llegar por la tarde y marcharse de madrugada. Así que le convenía dormir.


Pero cuando estaba a punto de abandonar el elegante despacho, un ruido le sobresaltó: una racha de viento abrió el balcón y la lluvia penetró violentamente. Dejando su portafolios en la mesa, nuestro hombre corrió a cerrarlo, cuando de camino paró en seco: una sombra se recortaba en el marco de la puerta del balcón.


-¿Quién anda ahí?


-Yo.


-Ya lo veo. ¿Pero quien es usted, si puede saberse?


-¿Es que no es evidente? Voy de negro, llevo una capucha, porto una guadaña ... ¿Quién crees que soy?


-¿Un segalari? Sabía que el mister quería dar contundencia a la defensa. Pero esto es demasiado. Además, aquí no es donde tiene su despacho, ni son horas. Vaya mañana por la mañana a ...


-(Interrumpiendo) Mañana es tarde. Lo que tengo que hacer he de hacerlo ahora.


-Pues yo me voy a dormir.


-No sabes hasta que punto. Te vienes conmigo.


-Muy amable, pero tengo prisa: me voy a mi casa.


-Pero, ¿todavía no te has dado cuenta? Soy La Muerte.


-¿La Muerte? Debe ser un error. Yo mañana tengo cosas que hacer.


-Todos decís lo mismo. Pues tendrá que hacerlas otro. Te vienes conmigo.


-Tengo una Asamblea. Y está vez seguro que la gano. No puedo. Tiene que darme un día más.


-¿Y qué vas a hacer para convencerme?


-Podemos jugarnos ese día. Tengo entendido que en estos casos, acepta usted desafíos al ajedrez.


-Eso fue solo una vez y en la Edad Media. Además: ¿acaso tienes un ajedrez aquí?


-No, pero en alguna parte hay una baraja.


-¿Una baraja? ¿Y qué quieres que haga yo con una baraja? ¿Me has tomado por Juan Tamariz?


-Podríamos jugar al mus. Claro que ya caigo. Usted no sabe ...


-(Enfadado) ¿Qué yo no sé jugar al mus? ¿Me has tomado por un garbancero? Trae aquí la baraja, mamón, que te vas a enterar. Claro que entre dos es un coñazo, pero te vas a tragar tus palabras. Eso sí: a un solo juego, que tengo muchas casas que visitar todavía.


Se sientan. Comienzan a jugar. Los clips situados sobre una bandeja del escritorio hacen de piedras. A la luz de la lámpara del despacho se atisban los rasgos del encapuchado, anteriormente en la sombra.


-¿Le conozco? Creo que le he visto antes.


-Imposible. No estarías aquí: vivito y coleando.


-Pues me recuerda usted a alguien que conozco.

-Me pasa a menudo. Alguien terrible, supongo. ¿Un sanguinario dictador? ¿Un asesino en serie? ¿Tu dentista?

-Yo pensaba más bien en un vinatero.

-¿Un vinatero? ¿Estás ante la aparición que más pánico puede causar a cualquier criatura mortal, cuya simple evocación hace templar de miedo al más pintado, por poderoso o rico que sea, incluso a los criminales más endurecidos, y eso es todo lo que se te ocurre decir? ¿Que te recuerdo a un vinatero?


-Se ve que usted no le conoce.


Siguen jugando. El montón de piedras del encapuchado no para de crecer. Las piedras se convierten en amarrakos. El montón del presidente apenas tiene dos o tres piedras. Comienza a sudar.

-¿Qué? ¿Sabía jugar al mus o no?

-Calle y juegue. Es solo suerte. Ya cambiará. Veremos quien ríe el último.

Siguen. El Presidente está cada vez más asustado.


-¿Cómo se supone que sería?


-¿El qué?


-¿Como que el qué? Mi muerte.


-Vas a tropezar con un pliegue de la alfombra del pasillo, a rodar por la escalera y a desnucarte. No sufrirás mucho.


-No, si puedo evitarlo. Treinta y dos.


-Treinta y una. Con esto ya tengo siete amarrakos.


-¿Treinta y una? ¿Otra vez? A verlas.

Se queda estupefacto. Tres reyes y el as de oros. Pero algo pasa: el as de oros no es la habitual figura. El perfil que se recorta sobre la moneda es el de un rostro mofletudo, con gafas y bigote. El Presidente siente un escalofrío.

-¿Estas nervioso, eh? ¿Por qué miras así las cartas?


-Esa cara ... También me recuerda a alguien.


-Ya. ¿Y a quién? Si yo te parezco un vinatero igual ahora me sales con que esta cara es la de un lechero.

-(Con un hilo de voz) Calle y baraje.

El juego continúa. El Presidente solo tiene ojos para los 7 amenazadores amarrakos del encapuchado. Y él está clavado en 4 piedras. Solo un órdago puede salvarle. Ve sus cartas: tres reyes y un siete. Decide jugárselo todo de una vez. Sabe que no es fácil que se lo acepten. Pero ha podido comprobar que su visitante tiene mucho amor propio y que no le gusta achantarse. Así que dice:


-¡Ordago a mayor!


-Te crees muy listo ¿verdad? Crees que con la ventaja que tengo no te lo voy a aceptar. Pues te lo acepto. ¡Mira! Tres reyes y una sota. Yo gano. Te vienes conmigo.


-¡No puede ser! ¡Nadie puede tener tanta suerte!


El Presidente arrebata violentamente las cartas a su visitante. No hay error. Son efectivamente una sota y tres reyes. Pero de nuevo los rostro de las figuras han sufrido un cambio. No son los habituales rostros barbados los que ve en los reyes, sino los de el anteúltimo presidente anterior a él, el candidato al que derrotó por poco en las elecciones y un empleado con el que mantiene una demanda ante los tribunales. Junto a ellos, la sota: que no es otra que su antecesora en al cargo.


-Esto está trucado! ¡Las cartas son falsas! ¡Y además se rien! ¿Por qué se rien?


Presa del pánico, huye. Tropieza con una alfombra y rueda por las escaleras. Su cuerpo se detiene debajo de una larga fila de retratos: los ex-presidentes, sus antecesores.

El encapuchado le ha seguido. Se inclina sobre el cuerpo y constata su muerte. Al levantar la cabeza repara en el retrato situado frente a él.

-Un vinatero ... un vinatero ... ¡No te joroba! ¡Si a quien me parezco es a un Presidente!






El Presidente se despierta bañado en sudor. El cansancio le ha jugado una mala pasada y se ha dormido sobre la mesa de su despacho. Todavía asustado, recoge el discurso que leerá mañana en la Asamblea. El mismo en el que amenaza con dimitir si su presupuesto es rechazado de nuevo. Extiende la mano sobre la bandejita de clips para reunir las hojas. De repente empalidece. Son siete los clips que ve: alineados exctamente igual que como los tenía ante sí el visitante de su pesadilla. Vacila. Pero de repente sonríe, coge el septimo clip y lo usa con decisión.

-¡Todo esto son chorradas!

Sale con paso decidido del despacho. Pero al pisar la alfombra cercana a la escalera extrema las precauciones. Baja silbando el himno de su equipo. Parece un niño cantando por el pasillo a oscuras de su casa. Pasa por la galería de retratos de los ex-presidentes. Sus ojos se detienen en uno de ellos y a pesar de su aparente seguridad, no puede evitar un estremecimiento. ¿Y si después de todo la Asamblea no está tan atada? Suspira. Se sube las solapas de su gabardina y sus pasos se pierden en la oscuridad de la lluviosa noche.



Este es un relato de ficción. Todo parecido con personas o situaciones de la vida real es mera coincidencia. Sin embargo, los parecidos con un relato corto de Woody Allen, basado en una película de Bergman, han sido voluntariamente provocados por el autor.

6 comentarios:

bienzobas dijo...

delicioso!

Anónimo dijo...

El buen vino no emborracha , embriaga . El malo ya sabemos como se comporta al día siguiente.
Nosotros estamos pagando aún la resaca de un mal vinatero y un ,mal gestor de los bienes ajenos.
Elegante post.
J,S Mastropiero

Keyser Soce dijo...

magnifico y de lectura avida...

con tu permiso me lo guardo en la bitacora...para releerlo y una y mil veces ante que "la palida dama" venga a por nosotros...

Anónimo dijo...

Saludos a la Sekta.

Jon dijo...

Urte berri On danori!!!

Pikoluze y sus batallas le meten el diente a este bolg.
Un saludo a todos

nowanda dijo...

a ver si ya soy alguien...