Abrí, con cierta curiosidad, aquella caja durante tanto tiempo olvidada. Aparentemente en ella habitaban pocas cosas que llamaran la atención, las habituales medallas y condecoraciones que ya no caben en mi uniforme. Alguna carta pidiendo, supongo, clemencia y otras solicitando algún favor….y aquel par de ajadas fotografías….ah!...si, Sofia….la leal, la discreta, la siempre fiel Sofia…..recuerdos de un tiempo seguramente mejor pero también sombras oscuras, fantasma del pasado que, a veces, quieren volver y atormentarme. Pocas veces lo consiguen. Lo hecho, hecho está y las razones de Estado son siempre poderosas.
Conocí a Sofia en 1944. Orgullosos y victoriosos desfilamos por sus calles aquel mes de Septiembre. Bulgaria, la siempre leal, la fiel, la obediente, la sumisa. ¡Qué fácilmente cuajan en el imaginario occidental ideas que no se corresponden con la realidad!. Esas elecciones al 99,8% o esos rítmicos aplausos inacabables saludando el discurso del líder comprendo que, a espíritus simples, les confundan. Como si eso viniera de serie o fuera sencillo de conseguir. Los que fuimos protagonistas de aquella historia sabemos que a Sofia, estimados capitalistas, la tuvimos que convertir en leal, en fiel, en discreta y, sobre todo, en obediente algo que no estaba en su naturaleza. De hecho, ella siempre tuvo tendencia a la infidelidad, a menudo voluble, juguetona, inconstante.
Sus arriesgados jugueteos la habían llevado, unos años antes, a coquetear con el Eje, a firmar papeles, a facilitarle las cosas, esperando, por supuesto, obtener ventajas: Macedonia, tal vez un trozo sabroso de Serbia. Su ambición le hizo permitir que, complacida, el ejército nazi la “tocara” y tomara posesión de ella.
Y me encomendaron a mí, aquel 1944, la primera vez que la veía, someterla, disciplinarla, dominarla. Aquellas fueron mis órdenes. Recuerdo aquel primer día junto a Sofía. Se presentó sonriendo, “vestida” de rojo. Había declarado la guerra a su antiguo amante, y ahí estaba, resplandeciente, aparentemente dispuesta a “juguetear”, de nuevo, ahora con el que podía ser su próximo dueño. Intentaba, en fin, cambiar de bando sin despeinarse.
Necesitaba una lección y yo tendría que ser su maestro. Tres meses me costó tenerla a mis pies, subyugada, arrepentida, sumisa, dócil, leal y obediente, de verdad, para siempre. Tres meses y treinta mil muertos, todo hay que decirlo. Antiguos ministros, periodistas, religiosos, intelectuales. poblaron el campo de Belene. Pero Belene no es Kolimá y no podíamos esperar que el tiempo y el clima hicieran su labor. Y había prisa.
Las coronas de flores que rodean el pilar de 40 metros en cuya cúspide un soldado soviético eleva su arma hacia el cielo es la prueba del gran trabajo realizado aquel año. Los afiliados al Partido pasaron de 15.000 a 250.000 en las primeras semanas, miel sobre hojuelas. Y, para mí, es motivo de orgullo que años después se hablara de Bulgaria como la 16ª República de la URSS, la “última hija de Stalin”.
Pero no es fácil matar del todo las tendencias volubles, el gusto por los juegos peligrosos. A veces, tras años de tranquilidad terminan por resurgir. Y hay que volver a “disciplinar”. Así que tuve que visitar, de nuevo, Bulgaria, la leal, la sumisa, y a Sofia, la entregada, un par de veces.
Era el año 1965. Una Bulgaria atraída por el “modelo chino” y su “gran salto adelante”. Y es que el camarada Jivkov, a pesar de su longevidad o precisamente por ella, no era un tipo de fiar. Demasiado culto a la personalidad, demasiado revisionismo, demasiado cultivar cierto nacionalismo. Demasiado recordar que fueron monjes búlgaros los que nos dieron a los eslavos nuestro alfabeto. Demasiado recordar que su partido fue creado antes que el de Lenin. En definitiva, demasiado recordar el pasado, demasiados errores que desembocaron en aquella intentona militar de Abril que tuvimos que desarticular rápidamente.
Sin embargo, aquella segunda visita me dejó un regusto amargo. De alguna manera el regusto del fracaso. Ya sabéis que por prudencia, en mi trabajo, hay que aprender a desconfiar mucho de todo aquel que destaca, de quien se empeña en superar esa gris mediocridad tan conveniente. Y en aquella época en el fútbol búlgaro me pareció que alguien estaba cometiendo esa torpeza.
En entornos que han sido proclives, en el pasado, a la infidelidad, a la traición hay que ser especialmente cauto. Por eso hay que estar siempre alerta, actuar al primer posible indicio aunque todavía no se haya producido, diría más, aunque todavía ni siquiera se haya pensado ni haya ocupado siquiera un segundo en la mente del posible traidor. Sí, lo tenía claro, había que investigar, sobornar, interrogar buscando ese pequeño “hilo” oculto para los demás, incluso para el culpable, que evidenciara el “germen” de la deslealtad, del crimen contra el Estado, de la traición al pueblo siempre soberano. Aquello olía a Expediente….y tras acabar con la revuelta militar me puse a ello. Os lo cuento en esta hora proclive a la sinceridad:
Si hoy preguntamos por futbolistas búlgaros sobresalientes seguro que el nombre de Hristo Stoichkov, e incluso para los más jóvenes el de Dimitar Berbatov serían los únicos señalados. Pero quien fue nombrado como futbolista más destacado del siglo XX en su país y además elegido en la 40ª posición por la FIFA en la clasificación de los mejores de todos los tiempos no fueron ellos, fue otro. Georgi Asparuhov, conocido habitualmente como Gundi, era la estrella rutilante del fútbol búlgaro aquel 1965 cuando volví a Sofía. Sin duda era un delantero muy completo, ágil, poderoso en el juego aéreo. Le pegaba bien con las dos piernas, tenía una gran movilidad y decían de él que no era nada egoísta; si veía a un compañero en mejor posición no dudaba en pasar el balón dada su magnífica visión de juego.
Gundi había dado sus primeros pasos en el fútbol en el equipo infantil del Levski de Sofía y en 1961 consiguió la liga juvenil. Un año más tarde, debido al servicio militar, se marchó al Botev Plovdiv, con el que se estrenó en la máxima categoría. En 1962, gracias a Gundi, se proclamó vencedor de la Copa y un año después subcampeón de liga. Evidentemente para 1964 ya fue reclamado por el Levski. Fueron ocho años brillantes, los títulos fueron una constante y lograron tres ligas y tres Copas .superando a nuestro CSKA de Sofia, sí, ¡superando al equipo del Ejército!. ¿Y es que a nadie en Inteligencia Militar le hizo pensar eso? ¿Es que nadie hasta mi regreso a Sofía pudo intuir el peligroso germen que podía estar incubándose?.
En Europa, en aquel tiempo, fue memorable el enfrentamiento del Levski con el Benfica de Eusebio. En la ida empataron a dos y en la vuelta, en Lisboa, ganó con muchos apuros el equipo portugués por 3-2. Todos los goles del Levski en la eliminatoria fueron obra de Gundi, los cuatro. ¿Todos los goles marcados por él? ¿Nadie vio la raíz del individualismo capitalista en ese hecho?. ¡Me río yo de la solidaridad socialista de Gundi!.
Y eso no es todo. En el año de mi segunda visita Gundi fue el máximo goleador de la liga y resultó nombrado “persona del año”, ni más ni menos, un peligro objetivo. Con el combinado nacional de Bulgaria fue internacional en 50 ocasiones, logrando 19 goles. Es muy recordado un gol que marcó en Wembley frente a Inglaterra en 1968 (resultado final 1-1) y que le consagró como el primer jugador del país que anotaba en el mítico estadio inglés. Ese mismo año, en la Eurocopa, Bulgaria pasó como líder del Grupo 2 que completaban Portugal, Suecia y Noruega y en cuartos de final fue eliminada por Italia tras ganar en la ida por 3-2 en Sofía y caer por 2-0 en Nápoles. Además, participó en tres mundiales consecutivos: Chile’62 ; Inglaterra’66 y México’70. Equipos como el Milan o el Benfica quisieron su traspaso pero Gundi nunca quiso abandonar Bulgaria. ¿Qué labor, que trabajo, qué interés le motivaba a continuar en Sofía?.
Había pues razones objetivas, claras, cristalinas para volcarme en aquella investigación. Horas de análisis, de seguimientos, de escuchas, de sobornos, de interrogatorios. De amenazas y de algo de sangre. Y he aquí mi fracaso. Tras años de intentarlo no pude conseguir no ya una prueba, ni siquiera ese pequeño “hilo”, esa “sombra” de duda que permitiera justificar un Expediente. Aquello se cerró con un simple Pre-Expediente.
Lamento profundamente que los jóvenes e inexpertos subalternos búlgaros que me asignaron para aquella tarea (los mismos que años después hicieron un gran trabajo en el Vaticano) no entendieran bien mis últimas órdenes o quizás fue que el celo, mal entendido, les confundió. Yo no podía cerrar el Pre-Expediente sin asegurarme que cualquier posibilidad de crecimiento de una raíz malsana quedara cercenada. Pero, os lo juro, yo solo hablé de darle “un susto”, un “aviso”, una “advertencia”.
Desgraciadamente Gundi falleció a los 28 años, de forma trágica, junto con su compañero Nikola Kotkov, otro gran futbolista, en un accidente de automóvil ocurrido cerca de Vitinya en los Montes Balcanes, el 30 de junio de 1971. Cuentan que a su funeral, celebrado en Sofía, asistieron para rendirle tributo cerca de 550.000 personas.En 1990, el Levski rebautizó su estadio con el nombre de Georgi Asparuhov, y en 1999 recibió a título póstumo un premio por su juego limpio.
De verdad que lo siento, Gundi. Pero yo no puedo culparles. Entiéndelo, son gajes del oficio. Todavía viendo aquellas fotos sigo pensando que, en el fondo, yo tenía razón.