Wu Jiechi había
aterrizado nervioso y contrariado. Los vuelos en avión siempre tenían ese
molesto problema de depender de la climatología.
No se acostumbraba. Por
eso en China siempre cogía el TAV para hacer sus gestiones en Beijing. Pero su
familia no perdonaba las vacaciones en Europa. Era algo obligado por su estatus
de miembros de la floreciente clase media alta china.
Unos días en Londres y
ahora tocaba ir a España. Encima eso. Pero su mujer estaba empeñada en hacer
algo de turismo cultural en Toledo. Y estaba su hijo: fanático como era del Beijing
Madrid Great Wall estaba encantado de visitar el museo madrileño de Concha
Espina, una calle de Madrid donde al parecer nació y jugó la franquicia antes
de su traslado a China. Porque, aunque costara recordarlo, los clásicos entre
el Great Wall y su eterno enemigo, el Shanghai Barcelona Dragons, que
paralizaban al gigante asiático al menos cuatro veces al año, treinta años
antes se jugaban en España.
España… Según las guías
hubo una época en la que el país fue rico. O creyó serlo. Incluso llegaron a
tener un sector industrial de cierto peso. Costaba creerlo ahora, cuando su casi
único ingreso era el turismo de las florecientes clases medias de India y
China.
Pero lo cierto es que Wu Jiechi
estaba llegando a un país del que solo sabía lo que había estudiado en la
escuela de negocios, en la que el caso español se usaba como ejemplo del
colapso sistémico de un estado. Maldita las ganas que tenía de estar allí. Pero
allí estaba. Y encima por el mal tiempo –la borrasca Florentina que azotaba
Madrid- habían tenido que aterrizar en esa pequeña ciudad desconocida llamada
Bilbao.
Ahora tenían que quedarse
allí al menos un día. ¿Y qué hacer? En el hotel les oyeron lamentarse de que
igual no les quedaba tiempo de visitar el museo de Concha Espina antes de ir a
Toledo y les dijeron que, si les interesaba el fútbol, la ciudad tenía un pasado
glorioso digno de estudio. Les prometieron un guía.
Cuando el guía llegó, lo primero que hizo su hijo fue preguntarle si el Great Wall había jugado alguna vez allí. El guía sonrió “Por supuesto que sí. De hecho en pocos sitios ha jugado más veces que aquí. Pero claro: ustedes no han oído hablar del Athletic Club”.
Así que aquel hombre
empezó a hablar. Y les contó una triste historia mientras les llevaba a ver el
lugar “donde el antiguo Real Madrid jugó al menos una vez al año durante todas
las temporadas en las que participó en la liga española, y donde los Dragons cosecharon
la mayor derrota de su historia”.
“¿Cómo es eso?” Preguntó
el hijo, excitado ante la idea de tener algo que contar a sus fastidiosos
compañeros de colegio que animaban al equipo de Shanghai (como casi todas las
provincias de China, la de Wu Jiechi estaba dividida entre ambos equipos, a los
que seguían más que a sus propios equipos locales, polaridad que el Partido fomentaba
inteligentemente para distraer al pueblo)
“Pues sí”, contestó el
guía. “Aquí, hace más de un siglo, el equipo local ganó 12-1 al Barcelona de
entonces”, especificó ante la estupefacción del muchacho.
En ese momento llegaron
ante un estadio de fútbol visiblemente abandonado, que parecía no haberse usado
en mucho tiempo y al que incluso le faltaba una de las tribunas de gol, abierta
hacia una gran plaza en la que apenas paseaban un puñado de sombras. “¿Fue aquí?”
“¿Y qué pasó con el fútbol en este país?”
“Todo empezó con el
llamado dopaje financiero, la escalada de las deudas de los clubes llamados
grandes, el poner los horarios pensando en ustedes y no en nosotros, la liga
cerrada de clubes-franquicia…”